Todavía era invierno, y hacía frío. Pero un día cualquiera, al mirar por la ventana, el duraznero aparecía con sus ramas llenas de flores rosadas. Y del otro lado del tapial, en la casa de al lado, el ciruelo se había convertido en una nube blanca que se recortaba contra el cielo maravillosamente azul de los últimos días del invierno. Pasaban los días y las flores dejaban caer sus pétalos, y los árboles se cubrían con el verde luminoso del follaje nuevo, y uno sabía que la primavera, y los días más largos, ya estaban cerca. Ya anticipaba el placer del roce de las manos en la piel aterciopelada de los duraznos, de su suave perfume y la jugosa pulpa.
Pasaban las semanas y avanzaba la primavera, con esos atardeceres luminosos que se extendían cada día un poquito más. Y aparecían las rosas, la Crimson Glory en el jardín del frente, con sus flores aterciopeladas y el más intenso perfume que conocí, y las Queen Elizabeth con sus ramas larguísimas y racimos de flores rosadas, sin perfume, pero incontables. Los gladiolos (que todavía no habían degradado en flor de corona fúnebre) levantaban sus varas imponentes, de rojos y amarillos intensos, por encima de los canteros con pensamientos y minutisas.
Diciembre se anunciaba con las azucenas híbridas que eran mi orgullo, las rosadas Pink Perfection, las flores abiertas y doradas de las Royal Gold, o las majestuosas trompetas de las Lilium Regale, con el exterior color borgoña, el interior blanco perla y sus estambres rojos y sobresalientes.
Con los primeros calores verdaderos, el jazminero (en realidad, gardenia, como supe después) que era el orgullo de mamá, comenzaba a abrir sus flores blancas, poco llamativas, al mismo tiempo que inundaba el jardín con su incomparable esencia. Durante años, el perfume de los jazmines fue para mi el olor de la Navidad.
El terreno de la casa era grande, y siempre produjo flores, frutas y hortalizas. En verano yo ayudaba a papá a regar los tomates, que crecían enredados en cañas de bambú. El agua, al mojar las hojas de los tomates, despertaba el olor de éstas, un olor que también brotaba de los frutos maduros listos para la ensalada, y que jamás encontré en los tomates de ninguna verdulerìa. Y es que a veces sembrábamos algunas verduras más por el placer de verlas crecer, de cosecharlas y llevarlas frescas y sabrosas a la mesa, que por la ventaja económica que pudieran significar.
Las plantas estaban siempre presentes, y nos proporcionaban grandes alegrías, de diversas maneras. En casa todos gustábamos del jardín, la huerta, los frutales, que a mucha otra gente les resultaban totalmente indiferentes. Una semilla, un bulbo o un gajo brotando y echando sus primeras hojas, nos proporcionaban una satisfacción inmensa.
Mi amor por las plantas había estado siempre latente, pero se desató con más fuerza cerca de los veinte años, y ya no me abandonó nunca. Se unió a un interés por la botánica que en realidad lo potenciaba. Y así, saber que la "bandera española" (según las bondadosas señoras aficionadas a las plantas) era una "Kniphophia Uvaria" originaria de Sudáfrica, se volvió importantísimo para mí. Y al mirar esa planta en mi jardín, me imaginaba a sus modestos antepasados creciendo en las llanuras del sur de África, entre rebaños de cebras y con el fondo del rugido de los leones, y así sus flores rojas y amarillas aumentaban su importancia.
A medida que fui conociendo a los grandes botánicos y exploradores de los siglos XVIII y XIX, Humboldt, Banks, Ruiz y Pavón y tantos otros, aumentaba mi admiración por esos enamorados de las plantas que no dudaban en aventurarse por las regiones más salvajes e inhóspitas, clasificando los miles de especies que iban desde humildes hierbas hasta árboles gigantescos, imponentes. En esa época que tanto valoraba la ciencia, el interés por la botánica era un rasgo de distinción y de cultura, y nobles y reyes se sentían honrados por financiar estos estudios.
A lo largo de los años seguí cultivando este amor por las plantas, cuanto más exóticas y raras, mejor. En algún momento, por alguna lectura, empecé a aprender sobre las orquídeas, lo que con los años se convirtió en la afición de más largo alcance. Pero de eso hablaré en otro momento.
"Crimson Glory", "Queen Elizabeth", "Pink Perfection", "Royal Gold" estas rosas son en mi jardín también ! Mi preferencia son las viejas rosas con muchos pétalos y aroma intenso. Me encantan las rosas, así como las orquídeas !
ResponderEliminarEn cuanto a las hortalizas que cultivo tomates "corazón del carne" (el real que se parece a un corazón) y "Marmande" y "Negra de Crimea". Oh, me olvidé pepinos en miniatura y judías verdes. Y calabacin en miniatura !
Agnès Baboo.