lunes, 17 de diciembre de 2018

El trencito del recuerdo

El sábado caminaba por la avenida San Juan haciendo algunas diligencias, y al pasar por la vidriera de un negocio que vende antigüedades me detuve un rato a mirar, como hago siempre.  Las antigüedades que venden en ese local no son muebles, cuadros, arañas, sino más bien objetos cotidianos como viejos sifones, botellas de gaseosas ("Pomona", "Bidú") y especialmente juguetes, muñecas, autitos, mecanos y cosas así.  Justo en la vidriera, apoyada contra el vidrio, una caja con un tren de juguete a pilas, exactamente igual a uno que yo había tenido cuando era chico.  Dejando de lado el significado profundo (y deprimente) de que los juguetes que uno usó en la infancia aparezcan en la vidriera de un anticuario, había ahí una historia, una vida. Así que me subiré a ese tren del recuerdo y escribiré algo sobre papá.

Yo tendría ..¿Ocho años? ¿Nueve?, tal vez estaríamos cerca de las fiestas de fin de año, y papá, con esa inyección de optimismo que da el aguinaldo, vio ese juguete en la vidriera y me lo compró.  Así contado parece trivial, pero ese regalo, junto con el juego "Mis Ladrillos", fueron los dos únicos juguetes que me dio papá, porque en casa los juguetes, y casi todo lo demás, era un lujo inalcanzable.

Cuando yo nací papá tenía cuarenta y siete años; era grande y ya arrastraba serios problemas de salud que lo hacían parecer todavía mayor.  Desde mis once años en adelante, todos los años, al llegar abril, era empezar a ver a papá en cama recibiendo inyecciones, y visitas de médicos, o en el mejor de los casos sentado junto a la estufa (un calentador Bram Metal a kerosene) por el miedo de que salir al aire libre le produjera alguna enfermedad respiratoria que afectara el único pulmón que tenía aún en condiciones de funcionar.  Recién al llegar noviembre se sentía confiado como para salir a la calle, incluso algún día se acercaba a la escuela a buscarme a la salida.  Cuando yo no sabía que me iría a buscar, al salir de clases empezaba a caminar hacia mi casa, hasta que mis compañeros me avisaban "Iriarte, esperá que ahí está tu abuelo", yo corregía "Es mi papá" y me miraban con expresión incrédula.

Papá se jubiló a los cincuenta años, así que siempre lo conocí jubilado.  Alguna gente parece creer que hubo una edad dorada en la que los jubilados vivían como reyes,  pero en todo caso habrá sido antes de que yo naciera, porque allá por el sesenta y seis  o  sesenta y ocho, en casa éramos pobres como lauchas, y me parece que hasta las lauchas nos tenían un poco de lástima.  Mamá arrimaba algunos pesos con trabajos de costura, vestidos de primera comunión o casamiento y cosas así.  Me despertaba a veces a las tres de la mañana, veía la luz prendida en el comedor y escuchaba el ruido del pedaleo de la vieja Singer.  Pero incluso con esto no alcanzaba, y papá consiguió una changa como sereno en una fábrica. A saber qué efecto pudo tener en su salud ese trabajo con turnos rotativos, noches heladas en mitad del invierno.  La semana en la que a papá le tocaba trabajar de noche, dormía desde después del mediodía, y yo tenía prohibido jugar para no hacer ruido; hasta mamá pedaleaba con cuidado la máquina de coser, y ponía la radio, bien bajita, para escuchar el noticiero de las 7 ("tres minutos de noticias...") por si anunciaban que ese mes, sí, los jubilados iban a cobrar. Porque hubo un par de años en los que los jubilados pasaban varios meses sin percibir sus haberes, por increíble que parezca.  Terminaba el noticiero sin noticias alentadoras, subrayado por la puteada de mamá.  La memoria de esos atardeceres silenciosos, mamá cosiendo bajo la luz de una lamparita y la música que abría el noticiero se mantienen imborrables, y así seguirán.

En una ocasión, los gerentes de la fábrica propusieron hacer una reunión para el día del niño; habría sandwiches, masas y otras cosas; los padres traerían el regalo que habían comprado para sus hijos y se lo entregarían durante la fiesta. Cuando llegó mi turno, mi regalo era un camioncito verde.  Me pareció un poco raro, porque papá sabía que a mí no me gustaban los autitos (hubiera preferido una caja de lápices de colores).  Con los años supe que papá había decidido que no fuéramos a esa fiesta porque en ese momento no tenía con qué comprarme un regalo; entonces las secretarias y otras empleadas le dijeron que fuéramos igual; ellas juntaron unos pesos y de ahí salió mi camioncito verde.  No sé quiénes fueron esas buenas chicas, pero siempre las recuerdo igual.  Pensemos entonces el arrojo que habrá representado para papá el famoso trencito.

Papá tenía una ilimitada confianza en mi capacidad. Como en aquel entonces no se estilaba que los padres pidieran opiniones a los hijos, una vez sentenció: "Vas a estudiar inglés", y allí fui a lo de la vecina Coca.  Los milagros que habrán hecho papá y mamá para pagar la muy modesta cuota y el derecho de examen anual del Instituto Cambridge todavía me intrigan.

Cuando yo cursaba el secundario, papá buscó otro rebusque; compró una máquina para hacer bolsitas de polietileno que yo llevaba para vender en carnicerías, verdulerías y otros negocios. Comprábamos los rollos de polietileno en una fábrica en Pompeya.  Pero como con eso tampoco alcanzaba, yo me ocupé de hacer las bolsas y el se consiguió un trabajo; era en un taller en Mataderos, un galpón enorme, helado y ventoso en invierno, donde manejaba una máquina que moldeaba culotes para los faros de autos.  Alguna tía caritativa, a la que Dios tenga en la gloria y bien guardada, le dijo alguna vez a mamá "Esteban tiene que cuidarse, no puede ser que esté trabajando con lo mal que está de salud. Que trabaje Dany, estudiar no es para todos, es para los que los padres los pueden mantener".  Papá no cedió y gastó la poca salud que le quedaba.  Pero incluso para mí era difícil la situación,  con papá enfermo, y mis propios problemas de identidad sexual (que uno ni siquiera pensaba en llamar por ese nombre) que eran como correr una maratón con una roca sobre los hombros.   Así, para empeorar las cosas, repetí un año en la escuela, para perplejidad de papá, mamá y mis profesores.  Papá se enfureció, pero siguió apostando por mí.

El veintitrés de julio del setenta y cinco cumplí dieciocho años, y al día siguiente murió papá. Entré en la vida adulta sepultando a mi padre.  Si pensamos que la única entrada fija que había en casa era la jubilación de papá, es fácil entender lo feas que se pusieron las cosas.  La pensión de mamá tardó casi un año en salir, y hasta el día de hoy no sé cómo o con qué vivíamos.  Desde que yo recordaba, siempre habíamos comprado con libreta en el almacén, la carnicería y la verdulería, y creo que en esos tiempos, si hubo un plato de comida en la mesa se lo debíamos a la paciencia de Ana y Martín, los dueños de la carnicería, almacén y verduleria.

Terminé el secundario en el 76, el pobre papá ni siquiera llegó a ver eso.  Casi diecisiete años más tarde decidí empezar la Universidad.  Elegí la carrera de sistemas porque sabía que me permitiría trabajar de eso y ganar una aceptable remuneración; ya había tenido bastante pobreza en mi vida, y tal vez por haberla conocido cara a cara, durante tantos años, nunca tuve esa imagen romántica del pobre que tienen tantos chicos idealistas de clase media en cuya casa nunca faltó nada.  Siempre tuve confianza en mis posibilidades (creo que eso me venía de papá), y cuando terminaba el día a la medianoche, después de haberme levantado a las 6 para ir a trabajar a Avellaneda, viajando luego hasta Morón para cursar a la noche, con el fin de semana (único tiempo libre que me quedaba) dedicado íntegramente a estudiar, la imagen de papá enfermo pero trabajando en un taller helado para que yo pudiera seguir estudiando me despertaba como un latigazo.  Y esa imagen de papá se me apareció siempre que logré cumplir un sueño: un viaje, la casa propia ....

Y así, nos alejamos ahora por la vía del recuerdo, en ese trencito que me trajo el recuerdo de papá, con el humo de la locomotora que se va diluyendo, mientras lo miramos con la vista empañada por una lágrima ...

Hasta cualquier momento, vasco Iriarte. Habrá más.










 

viernes, 22 de junio de 2018

El fútbol es todo lo que está mal

Yo tendría seis o siete años, y ya me daba cuenta de que nunca iba a hacer buenas migas con el fútbol.  Pasaba caminando cerca de donde estaban jugando los chicos del barrio, que al verme pasar me gritaban "maricón" y me tiraban una piedra o un pedazo de madera para reírse al verme salir corriendo asustado, y que a veces incluso me seguían entre gritos burlones, para alargar un poco más la diversión. Esa fue mi primera imagen del fútbol, y es más o menos la que conservo hoy en día, con agravantes.

Me gustara o no, el fútbol era parte del paisaje en el que crecí; los viejos sentados en la vereda con la radio Spica los domingos a la tarde, las pilas de manoseadas revistas "El Gráfico" en la peluquería, papá y mi hermano pegados al televisor mirando a unos tipos que corrían detrás de una pelota, que a mí me parecían - me siguen pareciendo - siempre los mismos haciendo las mismas cosas durante medio siglo.  Todo insulso, monótono, aburrido y sin interés.

También hace más de medio siglo que se escucha, cada lunes, luego de un tiroteo en una o más canchas, con o sin muertos, la repetida afirmación de que "esto no es el fútbol", "esto desvirtúa el espíritu del fútbol". Y a lo mejor, si hace tanto tiempo que se están masacrando los fines de semana, y si jugadores y dirigentes aparecen pegoteados con la violencia, y si eso nunca se pudo cambiar, a lo mejor, digo, resulta que eso SÍ que es el espíritu del fútbol. Si no es así, ¿De qué hablan cuando dicen "el espíritu del fútbol"? ¿De los caballerosos ingleses del ferrocarril que armaban sus equipitos amateur allá por el 1890? Esa gente ya está muerta, sepultada, hecha polvo, olvidada, y odiada hasta el día de hoy por ser ingleses.

Alguna vez traté de hacer surgir en mí el interés por el fútbol, porque a pesar de todo uno vive en sociedad y hay gente, mucha gente, que no parece tener otro tema de conversación, gente a la que no se le puede decir "no avancen con el trabajo si no tienen nuestra aprobación" porque no entiende, y hay que decirle "no podés estar en offside".  O gente a la que no se le puede decir "es la última oportunidad que les damos" sino  "por esto te sacamos tarjeta amarilla".  Pero fue inútil, fue forzar algo que no me salía si no era con una gran dedicación, y el fruto de tanto esfuerzo fue vano.

El fútbol es la barra brava subiendo a un tren o a un colectivo y amedrentando a los pasajeros. 

El fútbol es la barra brava que viaja en avión siguiendo a su equipo, fumando marihuana y molestando a las azafatas, arruinando los nervios de los demás pasajeros.

El fútbol es ese señor millonario que conocí personalmente, versión actualizada del traficante de esclavos, que se juntó con unos amigos para recorrer villas miseria y ver a los chicos jugando al fútbol, tratando de descubrir algún talento prometedor para ubicar a los padres y hacerle firmar un contrato leonino pensando venderlo a España o Francia, al tiempo que los concentraba en una casa quinta alquilada al efecto (para lo cual, obviamente, los chicos abandonaban la escuela) donde los hacían entrenar todo el tiempo y les daban de comer arroz con aceite.

El fútbol es ese otro señor que conocí, fanático de un equipo de primera división, que allá por los 90, cuando su club fue a jugar un amistoso a Osaka se fue hasta Japón, 24 horas de vuelo (en el mismo avión que los jugadores), se alojó en el mismo hotel, fue de ahí a la cancha a ver el partido, de la cancha al hotel, del hotel a aeropuerto (para tomar el mismo avión en el que volvía el plantel). Viajar hasta Japón para ver un partido y seguir a un equipo, sin siquiera salir un rato a caminar para conocer el lugar.

El fútbol es ese jugador de San Lorenzo que se ahorcó a los 22 años, víctima de una depresión; y el fútbol es la hinchada rival que en el partido siguiente se burló de San Lorenzo con un muñeco de trapo colgando de una soga que le rodeaba el cuello.

El fútbol es inculto, es Maradona con el cerebro quemado por la droga, es Messi que se expresa en 80 palabras.

El fútbol es machista, homofóbico (o sea homosexualidad reprimida y nunca asumida), violencia, incultura, racismo.

Las dictaduras han perseguido religiones, ideologías, culturas, pero ninguna dictadura prohibió al fútbol.  Más aún, las dictaduras, del signo que fueran, han hecho del fútbol una herramienta de poder y dominación (Argentina 78...), y por eso los gobiernos populistas lo promueven y lo llenan de dinero, de nuestro dinero, del que pagamos con el IVA del paquete de polenta o el sachet de leche, para hacer más ricos a unos jugadores y dirigentes que ya son multimillonarios.

El fútbol es todo lo que está mal.

viernes, 15 de junio de 2018

No somos como todo el mundo

Los argentinos inventamos la rueda cuadrada, que es mucho más fácil de fabricar que la rueda redonda. El resto del mundo usaba ruedas redondas, pero eso es porque eran unos giles, no como nosotros que siempre fuimos unos genios. Después fabricamos en el país un auto con las ruedas cuadradas: el AutoCuad, y cuando no caminaba le echamos la culpa a un sabotaje que nos hizo el resto del mundo, que nos tenía envidia porque siempre hacemos las cosas mejor. Como el AutoCuad no se vendía, los fabricantes locales pidieron al Gobierno que pusiera un impuesto del 30.000% a los autos importados (que tenían ruedas redondas), para defender la industria nacional. En el tiempo que le quedaba libre luego de colgar retratos del Che Guevara y ponerle a las calles el nombre del presidente Kestor Nircher, los funcionarios adoptaron las medidas solicitadas. Otro gobierno, cuando terminó de descolgar los cuadros del Che y cambiar los nombres de las calles por otros como "Las Margaritas", sacó el impuesto pero le dio facilidades a unos chinos para poner una planta automotriz en Tierra del Fuego, donde se armarían autos con piezas traídas de China, salvo las ruedas, que tenían que ser ruedas cuadradas de fabricación nacional. Después volvió a poner el impuesto por presión de los industriales y del SMATA. Como los AutoCuad que fabricaban los chinos en Tierra del Fuego tampoco se vendían, los dueños de la fábrica presionaron al Gobierno (otro) para que les permitieran fabricar una cierta cantidad de autos de ruedas redondas, para exportación. El Gobierno estaba muy ocupado subiendo otra vez cuadros del Che, pero aceptó el acuerdo, con la condición de ponerle un impuesto del 600% a esos autos de ruedas redondas que se exportarían. Los autos no podían ser vendidos en el país. En realidad había excepciones, podían vendérselo a los diputados, senadores, ministros, y sindicalistas, que de todas maneras no estaban interesados porque ya tenían sus BMW, Porsche y Mercedes Benz importados, que compraban sin pagar el impuesto del 30000% a los autos importados gracias a un régimen de promoción especial. Por otra parte, el impuesto a la exportación de AutoCuads los encarecía tanto que nadie afuera los quería. Para preservar la fuente de trabajo de AutoCuad, que se estaba hundiendo, el Gobierno (otro) estatizó la fábrica, con gran escándalo en el Congreso, donde diputados de partidos de izkierda proclamaban que la verdadera solución era convertir a la fábrica en una empresa autogestionada bajo el control de los trabajadores. Luego de estatizarla el Gobierno le puso a la planta el nombre de "General Manzanón", en honor a un ex presidente del que hay mucho para contar. Buscando una solución al problema, el Gobierno (otro) pidió un crédito al Banco Mundial para comprar 500.000 unidades de AutoCuads y entregarlas a los municipios de todo el país para usos varios. Esto produjo un renacer de la alicaída economía fueguina, hecho saludado por diversas notas periodísticas en diarios y TV, que anunciaban el definitivo despegue de la industria nacional. La distribución se hizo llevando los autos en camiones de ruedas redondas - aún quedaban algunos, hecho denunciado por un senador que en sus tiempos se había dedicado a dirigir cine, y que denunciaba el hecho de que todavía hubiera vehículos con ruedas redondas como un caso clarísimo de penetración imperialista. De todos modos, los autos llegaron a los municipios, donde se fueron pudriendo y oxidando en la calle, con el correr del tiempo. Después de algunos años el Gobierno (otro) tuvo la brillante idea de privatizar la AutoCuad de ruedas cuadradas. Se armó un zafarrancho descomunal: marchas, piquetes, clases públicas de las universidades, recitales de varios artistas de corte progre apoyando la lucha de los trabajadores de AutoCuad y contra la entrega del patrimonio nacional por el neoliberalismo. El Gobierno calmó las aguas prometiendo que la planta privatizada llevaría el nombre de "Tías de Plaza Francia". Una empresa de Bielorusia se interesó en la privatización de AutoCuad, con la condición de que le permitieran participar del negocio de la venta de autos importados, y que el gobierno asegurara adquirir al menos 50.000 unidades de AutoCuad al año, para lo cual se gestionaría un crédito especial en la Banca Morgan. Al final la privatización fue aprobada en el Congreso con el pomposo nombre de "Promoción de la industria automotriz", y que incluía algunos cambios respecto del proyecto original del poder ejecutivo, de manera que los parientes y amigos de senadores y diputados podían también gozar de la excepción al impuesto de los autos importados. Igualmente esto provocó una conmoción en los medios, hasta que los legisladores incluyeron a los periodistas y dueños de canales y radios en el régimen de excepción del impuesto a los autos importados y todo se calmó. Mientras tanto los libros escolares, películas, canciones y libros varios habían incorporado la imagen del AutoCuad como un ícono de la argentinidad, como el dulce de leche, el alambre de púa, la sonrisa de Gardel y el gol con la mano de Maradona. Fue así que cuando, en una exposición en la Facultad de Ingeniería de la SUBA un ingeniero disertante propuso la audaz idea de que se dejaran de fabricar los AutoCuad para dedicarse a fabricar vehículos con ruedas redondas como en el resto del mundo, se produjo una batahola, los representantes del Centro de Estudiantes Crónicos lo abuchearon y arrojaron objetos varios, y la noticia llegó rápidamente a los medios. Opinadores profesionales de barba y con cara de mala leche pasaron por el programa "Imbancables" explicando que desde que se inició en el país la fabricación del AutoCuad los accidentes de tránsito habían bajado muchísimo, incluso por debajo de los que se producian en Cuba o Corea del Norte, por ejemplo. Los sindicatos y organizaciones populares organizaron una marcha de repudio masiva, y fue conmovedor ver llegar a los manifestantes desde todos los puntos del país en sus sulkis, diligencias, lomo de caballo o directamente a pie.

lunes, 11 de junio de 2018

Cómo extraño a la cigüeña...

Allá por los 80, cuando yo militaba en la conducción nacional de la Acción Católica, había comenzado la moda de escribir graffitis en las paredes, y todavía trataban de mostrar cierto ingenio ("Volveré y seré sillones - Luis XV").  En una pausa para el café durante una reunión institucional comenzamos a comentar los graffitis que habíamos visto recientemente, y el padre Raúl, nuestro asesor, un cura brillante con una extensa cultura, que había leído con la misma dedicación y entusiasmo a San Agustín, Santo Tomás de Aquino, Camus, Sartre o Karl Popper, comentó: "Hoy vi un graffiti buenísimo, decía - No al aborto, coja por el orto - ".  Dejo a la imaginación del que lea esto representarse la cara de espanto de las piadosas damas y de más de un piadoso caballero presentes.

En cuanto al que lea esto, bueno, en principio lo estoy escribiendo para mí. Algunos amigos y no amigos lo leerán, con variado efecto.

La postura de la Iglesia sobre temas relacionados con el sexo es más o menos conocida: El sexo está destinado a la procreación, y por lo tanto sólo es lícito entre personas de distinto sexo dentro del vínculo matrimonial. Todo lo relacionado con el sexo está revestido de un aura temible y debe ser respetado.  Cualquier práctica que obstaculice o complique la fecundación o el término del embarazo está descartada desde el vamos. Los componentes orgánicos que intervienen en la procreación tienen la misma entidad: derramar el semen del hombre fuera del acto sexual lícito (=matrimonio) es un acto desordenado y pecaminoso.  He llegado a leer en un texto ("Teología Moral para Seglares" de Fray Antonio Royo Marín, un muy prestigioso teólogo español del siglo XX) que en el caso de que se necesitara hacer un estudio del semen de un paciente para determinar su fertilidad o infertilidad, no es lícito obtener el semen a través de la masturbación o recogiéndolo en un preservativo durante el acto sexual; se recomienda en cambio que el médico u otro profesional obtenga la muestra por medio de una punción de los testículos.

Argumentos como éste debería colocar a la Iglesia, desde el vamos, fuera de cualquier debate.  Vemos que no es así.

Conviene hacer notar que las posturas sobre la sexualidad y la procreación son compartidas dentro de la Iglesia tanto por los sectores supuestamente más conservadores como por los grupos "progresistas" que están en su momento cumbre con el argentino Bergoglio sentado en la cátedra de Pedro.  Personalmente creo que los clérigos progresistas han renunciado a la pompa y la solemnidad litúrgica para adoptar un aire canchero y de barrio, pero que conservan un hambre de poder digno de los papas Borgia o Médicis del siglo XVI.  Para los católicos conservadores, el aborto es parte de una conspiración comunista; para los católicos progresistas, el aborto es una imposición del FMI (así precisamente lo ha expresado uno de sus mayores referentes, el padre Pepe, cura villero).

Reconozco que tantos años de militancia y práctica católica han dejado en mí una huella, y por lo tanto para mí sigue siendo esencial saber si el niño no nacido es una persona o no, o al menos en qué momento podemos considerar que es una persona.  Es un interrogante que no está cerrado ni mucho menos, pero esto que para mí es crucial en la determinación de la licitud o ilicitud del aborto bajo ciertas circunstancias, no tiene la menor relevancia para otras personas.

En estos días el debate (por llamarlo de alguna manera) por el aborto está  en su punto más caliente. No voy a hablar del debate en sí, pero he sacado de él algunos datos interesantes.  Para algunos, si no hubo nacimiento no hay persona.  Por lo tanto, es perfectamente lícito, mientras no se haya iniciado el trabajo de parto (incluso dos o tres días antes), hacer una cesárea, extraer el feto e inyectarle un droga para inducir el paro cardíaco.  En lo personal, para mí estaríamos ante un homicidio, pero la postura más progre decanta para ese lado.  Tengo un íntimo sentimiento de que muchas personas (particularmente ciertas feministas)  están a favor del aborto incluso en las condiciones que menciono, porque en el fondo sienten una repulsión invencible por la idea de gestación, nacimiento, maternidad en definitiva.

Desde luego, a diferencia de lo que predica la Iglesia, no creo que haya una vida humana cuando lo que hay es un conjunto de células no diferenciadas multiplicándose, no hay sistema nervioso, en especial cerebro, y por lo tanto forma de experimentar dolor o angustia.  Y hasta ahí no tengo entonces problema con la interrupción de la gestación.  O sea que para mí hay un punto hasta donde sería lícito interrumpir un embarazo y un punto a partir del cual ya no lo sería.  Por momentos creo ser el único al que le importa esto, porque para los anti-aborto la interrupción del embarazo no es lícita jamás, mientras que para los pro-aborto pareciera que la interrupción del embarazo es lícita siempre, porque lo que importa no es si el no nacido es una persona, sino la mujer y su derecho a usar de su cuerpo y su libertad, o el hecho de que el aborto es una cuestión de salud pública, u otros argumentos de nivel parecido.

Cómo suele pasar en situaciones de este tipo, el seudo debate sobre un tema central incluido en una ley, sirve para opacar otros aspectos de la ley que pueden ser horrorosos.  Algo así como lo que pasó con la última reforma de la constitución para incluir la reelección presidencial, que se convirtió en un debate entre los pro-menem y los anti-menem, y nos dejó una constitución que es un mamarracho en todo lo demás. Menem va a estar muerto y sepultado y los argentinos vamos a seguir lidiando con las taras de esa espantosa reforma. 

Con la ley del aborto que se está discutiendo pasa algo parecido.  Dos años de cárcel para el médico que se niegue a practicar un aborto (me imagino que esta cláusula del código penal sí será aplicada rigurosamente por los jueces, sin fianzas, salidas transitorias ni nada por el estilo).  Da la impresión de que la ley no sólo busca legalizar el aborto, sino de paso caer con todo el peso posible del castigo sobre los que no estén de acuerdo con ella. No cuesta nada pensar en que los médicos que no estén dispuestos a realizar un aborto se inscriban en un registro, de manera de asegurarse que todo centro de salud cuente con alguno que sí está dispuesto a hacerlo.  Pero en general la izquierda está más predispuesta a usar la cárcel como castigo a la disidencia ideológica que como castigo al que para robar un celular le mete un tiro en la cabeza al que está esperando el colectivo.

Necesitaba escribir esto, no aporta nada, pero me vino bien escribirlo.  Y fundamentalmente reconoceré que puedo estar equivocado en lo que creo. Y esto último no se escuchó mucho últimamente.

lunes, 14 de mayo de 2018

Si Mahoma no va a la montaña ...

... que no vaya. La montaña no va a ir a Mahoma porque las montañas no caminan.

Recientemente una amiga publicó en Facebook la impresión que le produjo cruzarse con un matrimonio musulmán en el que la mujer iba cubierta de pies a cabeza. Este espectáculo que tanto llama la atención en la Argentina, es cosa de todos los días en Europa.

El post de mi amiga cosechó varias respuestas, algunas de las cuales destilan buenismo por todos los poros e invitan a respetar las diferencias, quiénes somos nosotros para decir cómo deben vivir los demás, etc.

Creo que todos los que me siguen en Facebook tienen en claro que no siento mucha simpatía por los musulmanes.  En realidad no siento mucha simpatía por la gente religiosa; menos aún por aquella gente a la que su religión la coloca en conflicto con lo que hay de humano en nosotros (por ejemplo: Testigo de Jehová que no permite hacerle una transfusión de sangre a su hijo) y menos que menos simpatizo con aquellos que además quieren imponer su religión al resto de la sociedad.  Aclaro también que hay gente que sin ser especialmente creyente tiene en cambio una actitud igualmente religiosa respecto de sus opiniones (ambientalistas y feministas, por dar sólo dos ejemplos, pero hay más).

Los que somos parte de ese grupo que se define difusamente como "civilización occidental" tenemos sobre nosotros la historia, y en cierta forma la herencia, de la Iglesia Católica, de su dominio de la sociedad con mano de hierro y de sus prácticas represivas; historia y herencia que pesan sobre todos, aún sobre los que no se reconocen como católicos ni como creyentes.  Durante largos siglos la sociedad europea vivió en lo que se conocía como "Cristiandad", una unión indestructible entre la Iglesia y el Rey, el duque o el emperador, en la que se suponía que los miembros de la sociedad eran, o debían ser, todos cristianos (mal la pasaban los judíos...) y que la Iglesia dictaba las normas sociales de comportamiento. Esas prácticas de la Iglesia Católica han quedado en el pasado, pero no sabemos con certeza si se debe a que la Iglesia cambió (yo no lo creo) o sólo a que ha perdido el poder que tenía en su momento, y no sabemos qué pasaría si la Iglesia recuperara el poder que supo tener, digamos, en el siglo XV (ojalá no pase).  Al fin y al cabo no hace tanto, sólo 40 años, durante el último gobierno militar de Argentina, durante la Semana Santa las radios no podían emitir otra cosa que no fuera lo que se conoce como "música sacra". Es llamativa la insistencia de la Iglesia (al menos del clero) en luchar por sostener su pedazo de poder; los simpáticos sacerdotes del tipo del Papa Francisco tal vez estén apostando a que el mundo del futuro será gobernado por el socialismo, y buscando alguna forma de convivencia con los nuevos jefes que les asegure un lugarcito al sol del poder.

Pero si bien la Inquisición está archivada como una de las páginas negras de nuestra civilización occidental, en los países musulmanes ese tipo de prácticas está vigente y al día. En Pakistán, por ejemplo, quien deje de ser musulmán para convertirse en cristiano o declararse ateo recibe la pena de muerte.

Sabemos que el agrupamiento de libros conocido como "La Biblia" contiene, para los cristianos, dos partes; el llamado "Antiguo Testamento" con los libros religiosos de la tradición judía, y el "Nuevo Testamento" con los hechos y enseñanzas de Jesús y sus seguidores.  Para los católicos el Nuevo Testamento tiene una relevancia mucho mayor que el Antiguo Testamento, al que conservan simplemente como testimonio de la tradición religiosa del pueblo. Salvo un dicho de Jesús de ambigua interpretación ("no he venido a traer la Paz sino la Espada") no hay en todo el nuevo testamento una sola invitación a perseguir a los no cristianos, ni a constituir una alianza entre los dignatarios de la Iglesia y el poder; por el contrario, hay varias expresiones y gestos de Cristo que apuntan en sentido contrario.

Por otra parte, ya desde el libro del Génesis, con la desobediencia de Adán y Eva queda establecido que el hombre es libre y que debe asumir las consecuencias de sus actos, y esta idea está implícita en todas las escrituras.

Podemos decir entonces que la Iglesia Católica, al formar una alianza con el poder y perseguir a los que no sigan sus dogmas y normas, está traicionando las enseñanzas de su fundador. En cambio, el fundador del Islam, Mahoma, en el Corán, hace numerosos y explícitos llamamientos a construir una sociedad totalmente islámica, a castigar a los que no siguen las normas del profeta, a colocar en una situación secundaria y sin derechos a cristianos y judíos, y a exterminar directamente a los que profesen las religiones paganas.  El Corán promueve la guerra santa y detalla una ley ("Sharía") por la cual debe regirse toda la sociedad.  Además el Islam es fatalista por su creencia de que las vidas de los hombres "ya están escritas" en un libro de Alá, que todo lo que nos sucede está pasando porque está escrito; somos así títeres inermes guiados por un dios incomprensible y cruel.

El cristianismo tenía entonces en sí una posibilidad, un germen de regeneración que permitió que las sociedades terminaran por sacarse de encima los aspectos más tenebrosos de esa religión y avanzaran hacia las formas del arte y la ciencia que surgen de la sociedad libre, mientras que las sociedades islámicas en gran parte siguen fosilizadas en la Edad Media, siempre iguales a sí mismas. ¿Quién es el Newton, el Darwin, el Mozart del Islam? No aparecen por ningún lado.

Hace unos tres años estuve en Londres y me quedé perplejo al ver que hay barrios enteros (Whitechapel, por poner un ejemplo) que parecen más un barrio de Damasco o de Islamabad que una parte de Londres.  Me comentaron también que las mujeres no musulmanas que viven en ese barrio tratan de mudarse lo antes posible, y mientras tanto deben ir cubiertas para no tener que sufrir insultos y acoso de parte de los hombres musulmanes del vecindario.  Una noche fuimos a comer (eramos cinco amigos) a un restaurant árabe de la zona musulmana, que era pequeño y tenía un pasillo central con una fila de mesas a cada lado; en una de las filas, había tres hombres sentados; en la otra fila, tres mujeres. Luego nos dimos cuenta de que los tres hombres eran los maridos de las tres mujeres, y las manejaban sin una palabra, sólo con la expresión de la mirada.  Sin pensarlo nos sentamos del lado del pasillo donde estaban las mujeres ... las miradas amenazantes de los maridos, de los que atendían las mesas y hasta del que estaba en la caja nos dejaron helados, pero no nos movimos de nuestro lugar, hasta que finalmente las mujeres se levantaron y se sentaron del mismo lado que sus maridos.

Y creo que esto resume todo el problema: la pretensión explícita de los musulmanes de que todos deben ser musulmanes y de que todas las sociedades deben regirse por la sharía.  Yo no tengo problemas con que lleguen inmigrantes de Siria, pero que sepan que si queman a la esposa con agua hirviendo porque le puso demasiada sal a la comida, van a ir a la cárcel sí o sí, no importa lo que diga el Profeta. Y que si venden a su hija de 9 años a un tipo de 60 para que la tome por esposa estarán cometiendo un delito y deberán pagar por él; y que de ninguna manera aceptaré que vengan a imponer a mi sociedad las normas de comportamiento que escribió un pedófilo psicópata y homicida allá por el siglo VII.

Y si hay que ir de la ceca a la Meca, me quedo en la ceca.

martes, 10 de abril de 2018

La Casa de Papel (Higiénico): 1

Antes de ayer, domingo, terminé de ver La Casa de Papel, la serie de Netflix que tanto dio que hablar.  No me gustó para nada, pero algunos amigos en cambio han dicho que le pareció la mejor serie que hayan visto.  Cada uno tiene sus gustos y sus opiniones, y aquí voy a volcar los míos.  Mis razones para que la serie me parezca realmente mala se pueden clasificar en tres grandes grupos: 1) argumento flojo y lleno de baches y cabos sueltos, 2) pobreza de la interpretación de los actores y 3) el intragable discurso ideológico.  Voy a explicar cada uno por separado y lo voy a hacer en tres posts.

1) Argumento flojo y lleno de baches y cabos sueltos.

Muchas, muchas veces he pasado por esto: estoy viendo una película en la que un delincuente tiene secuestradas, atadas y amordazadas a una mujer y su hija. El esposo de la mujer y padre de la nena no está ahí, pero en un momento determinado aparece inesperadamente, por detrás del secuestrador y sin que éste lo vea.  Casualmente hay un tubo de hierro bastante pesado sobre una mesa cercana, y él lo toma.  Ahora bien, ustedes, ¿Qué harían en lugar de este hombre? Bueno, yo agarraría el tubo, primero le sacudiría al secuestrador en la nuca para desmayarlo y después le seguiría dando hasta que su cabeza quede convertida en algo parecido al puré de tomate.  Eso haría. Después desataría a mi mujer y mi hija, y les quitaría la mordaza. Pero en la película no pasa nada de eso, de ninguna manera. El marido-padre-héroe, empuñando el tubo como si fuera a golpearlo, le empieza a hablar al secuestrador: "... Suelta el arma .... ¿Creíste que podías salirte con la tuya?" lo que le da tiempo al secuestrador para contestarle, distraerlo, arrebatarle el tubo etc.  En otra variante el marido-padre-héroe golpea al secuestrador con el tubo EN LA ESPALDA, aturdiéndole momentáneamente; entonces corre a desatar a su mujer y su hija, las abraza y las besa, ellas lloran y, claro, se ve detrás cómo el secuestrador se levanta, toma el arma, reduce al marido-padre, etc.

Cuando me encuentro con esta escena en una película me levanto y voy a leer un libro o a regar las plantas, porque me parecen una falta de respeto estas tramoyas que sólo buscan estirar media hora más una mala película que tendría que haber terminado veinte minutos antes.

Pues bien, la Casa de Papel no tiene una escena de estas; tiene como cincuenta. A Tokio la sacan en una camilla castigada, ella se obsesiona con matar a Berlín pero después decide volver y reconciliarse, para lo cual se lanza con su moto entre una selva de francotiradores (¿No se supone que un francotirador es capaz de arrancarle una pata a una hormiga a 300 metros?) sin que le acierte ni una bala, sin que la rocen, sin que la despeinen siquiera.

Supuestamente Moscú era un bruto al que lo llevaron para cavar el túnel, pero salvo unos pocos minutos al comienzo de la primera temporada, en la que se lo ve trabajando, se pasa el resto de la serie paseándose o pescando in fraganti a su hijo, el bestia de Denver, mientras le da masa a Mónica.  Dicho sea de paso, después de que Denver y Mónica se cansaron de tener sexo por todos los rincones, en el último episodio Denver va a revisarle a Mónica sus heridas, y pudorosamente se da vuelta para no mirar mientras ella se baja la ropa.

La banda cuenta entre sus integrantes con la mejor falsificadora de billetes del planeta, y la tienen para imprimir billetes en la Casa de la Moneda, con las máquinas, las planchas, la tinta y el papel auténticos de la Casa de La Moneda.  Para falsificar así no hace falta una falsificadora; con una mucama recién llegada a Europa como inmigrante ilegal bastaba.

Uno de los atracadores es un hacker extraordinario que, llamativamente, no muestra en ningún momento sus sensacionales habilidades, y se limita a custodiar con una ametralladora a los rehenes, y sacudirle a Tokio cuando se presenta la ocasión, y cuando no se presenta también. Todavía nos deben una explicación del aporte que hizo al atraco, tal vez porque el director o el guionista no tuvieran muy claro qué hace un hacker, y no tuvieron tiempo de averiguarlo. 

Vayan mi saludo y respeto por la resistencia física de los rehenes que después de dormir cinco días en el piso y bajo la tensión constante y el temor por su vida, al final de la serie parecen recién salidos de un spa.  Yo me desperté con un camión que pasó frente a mi casa a las 4:00 am, y hoy tengo una cara de muerto en vida que no se puede creer.

Dejo en el tintero un sinnúmero de inconsistencias o groseras muestras de ignorancia, pero no puedo pasar por alto un punto decisivo: el dinero.

Si vamos a calcular el volumen y peso de casi 1.000 millones de euros, hay una imposibilidad física de transportarlos usando esa cantidad de gente y en el poco tiempo que pasó entre que terminaron el túnel y la policía ingresó a la casa de la moneda.  Pero dando por sentado que se salvó esa limitación: ¿Qué hicieron después? Si vamos a dividir el botín entre los participantes, y supondremos que en partes iguales porque al fin y al cabo el profesor es comunista y está por la igualdad, cada uno tendría cerca de 100.000.000 de euros. El volumen y el peso son prácticamente inmanejables para una sola persona; ni hablar de sacarlo del país porque implica un montón de valijas casi imposibles de pasar por los controles de un aeropuerto.  Los lavadores de dinero saben que los billetes en efectivo son la prueba de su delito y por eso buscan convertirlos en otra cosa de todas las maneras posibles. Pero una cosa es un narcotraficante que busca lavar 1.000.000 de dólares y otra muy distinta un atracador tratando de hacerlo con 100.000.000 de euros; en España sería imposible porque todos los sistemas estarían alertados, y como vimos, sacarlos resulta sumamente difícil. Cualquiera que haya tratado de comprar un departamento o una casa con más de 10.000 dólares en efectivo lo sabe bien: se le pedirá una justificación del origen de los fondos.  Lo mismo vale para el intento de depositar esa suma en una cuenta. Pueden presentar un documento falso una vez, dos, diez veces, pero en alguna de esas va a fallar. Tal vez lo único que les queda es esconder el dinero y gastar de a poco, siempre con el temor de que alguien descubra el escondite. Me dirán que muchos políticos han lavado sumas muy superiores, y es cierto; pero se trata de personas con poder político que controlan o influyen sobre jueces, organismos de seguridad y de prevención de lavado de dinero, lo que no es el caso de los atracadores.  Es verdad que el Profesor y sus secuaces podrán corromper algunos jueces y varios policías, pero todo eso implica que cada vez haya más gente que los conoce e identifica, que sabe quiénes son y lo que han hecho, más agujeros que tapar, más potenciales eslabones débiles en la cadena.

Bueno, me dirán: "Es una película, es una serie". Estoy de acuerdo en que uno no puede pedir en una serie o película que todos los detalles cierren; pero yo al menos espero un argumento más sólido y consistente.

En el próximo post me ocuparé de los actores.

lunes, 5 de marzo de 2018

El incorregible que se corrigió

"Los peronistas no son ni buenos ni malos; son incorregibles"
Jorge Luis Borges


Crecí sabiendo una sola cosa sobre Borges: era gorila y oligarca.  Y era todo lo que había que saber sobre el tema. Para el peronista promedio, el General era una persona culta e inteligente, y sus discursos llenos de palabras difíciles (y desconocidas) como "cipayos vernáculos" o "imberbes" expresaban su intelecto superior.


En la adolescencia, algunos profesores de lengua ("Castellano" se llamaba entonces) o de Literatura, vanamente intentaron ensalzar al escritor ciego ante una audiencia proveniente en su mayoría de hogares tanto o más fanáticamente peronistas que el mío. Cierta vez la docente leyó ante la clase "Hombre de la esquina rosada"; nos sentimos culpables porque nos agradara una pieza escrita por un escritor gorila.


Con los años fui leyendo algunas partes de su obra, como "Ficciones", de manera aislada.  Cursando  Estadística en la Universidad, la profesora a cargo mencionó como ejemplo de cálculo combinatorio y de probabilidades el relato "La biblioteca de Babel", que releí con renovado placer desde esta nueva perspectiva.


Tiempo después compré una edición en entregas de las obras completas de Borges, que comencé a navegar con felicidad.  No elogiaré sus méritos, pues grandes escritores lo hicieron; sólo hablaré del placer que su lectura me ha otorgado.  Cada uno tiene su obra favorita de Borges; Funes el memorioso, El Inmortal, la Casa de Asterión, las Alarmas del doctor Américo Castro están entre las mías.


Mario Bunge ha escrito que "(...) La obra de Borges admira pero no conmueve. Fue escrita con la corteza celebral, sin participación del sistema límbico. Es fría y distante como una escultura moderna". No diré nada de la frialdad del mismo Bunge; prefiero explorar la afirmación de que la obra de Borges no conmueve.


Reflexionando sobre la modesta gloria que le cabe a Francisco de Quevedo en la historia de la literatura universal, Borges aventura que la explicación se encontraría "en el hecho de que sus duras páginas no fomentan, ni siquiera toleran, el menor desahogo sentimental".  El sentimentalismo es banal; cualquiera puede conmover con el relato de una madre cuyo hijo ha sido asesinado, o con la historia de un amor no correspondido que dura toda una vida; y aunque Lorca y García Márquez lo han hecho con gran felicidad, sólo Borges es capaz de impresionarnos con la angustia del hombre que sabe que vivirá eternamente y tiene por delante una sucesión infinita de días; o hacernos sospechar el sufrimiento del Minotauro, monstruo encerrado en su laberinto, aislado y solo esperando el día en que la espada de Teseo lo libere para siempre.


La emoción de encontrar  ¡en diez páginas! la descripción de un mundo imaginado con su historia, sus montañas y ciudades; o la que producen las ácidas y elegantes ironías respecto de obras literarias o películas, no son de orden sentimental, pero son las que otorgan ese placer único a la lectura.




Las opiniones de escritores del país o el exterior son mayoritariamente, aunque no unánimemente, favorables a la obra de Borges. Nadine Gordimer, en su discurso de aceptación del Nobel de Literatura (jamás concedido a Borges), lo cita al menos cinco veces con gran respeto o admiración. 

Críticas punzantes de la obra de Borges, a la que llama "chistes intelectuales" (Intellectual jokes), ha disparado Vidia Naipaul, premio Nobel 2001, que estuvo algunos días en Argentina allá por 1974. Durante su visita frecuentó los prostíbulos de la Recoleta e hizo un viaje en autobús hasta La Rioja, después de lo cual escribió un libro sobre la Argentina en el que afirma que las mujeres argentinas saben que su único futuro es trabajar en la prostitución, y lo aceptan así. No sé si exploró la obra de Borges con la misma superficialidad con la que estudió a la sociedad argentina.


Pasaré por alto las opiniones de los que juzgan la obra literaria de Borges a partir de sus posturas políticas. No me ocuparé de la negativa histórica de la Academia Sueca por otorgarle el premio Nobel, un premio que la misma academia, en su incansable búsqueda de la corrección política, ha rebajado hasta la irrelevancia. Dije, y cumplo, que sólo contaría el placer que me produce su lectura.


Tal vez sea cierto que los peronistas son incorregibles. Yo ya no soy peronista, así que tal vez sea corregible aún.










miércoles, 3 de enero de 2018

Ferr-Guas y Guat-Jan

Crecí en un barrio que era casi campo, donde disfrutaba de sencillos placeres como poder jugar en la calle hasta la noche en verano, o sentarme en la vereda con papá a saludar a los vecinos que pasaban de vuelta del trabajo. Tranquilo y apacible como era, resultaba también un mundo un tanto pobre, no solo desde lo material sino desde lo espiritual y lo intelectual.

Ignoro por qué a papá se le habrá ocurrido comprar esa enciclopedia en fascículos impresa en España, pero cada semana el vendedor de diarios pasaba por casa y nos dejaba el ejemplar correspondiente.  Todavía creo que los estoy viendo, con las letras del título negras y azules (Monitor, diccionario enciclopédico) y en la parte inferior de la portada el nombre de la editorial Salvat.  Al completarse un tomo comprábamos las tapas, pero nunca llegué a encuadernarlos, tal vez porque no sabíamos dónde encargar ese trabajo, o tal vez por desidia.

Los tomos llevaban en el lomo dos sílabas, que representaban la primera sílaba del primer y del último vocablos o tema que contenía. Recuerdo el primer tomo "A-Astra" y otros como "Ferr-Guas" o "Guat-Jan".  Los fascículos en offset tenían buenas ilustraciones, para lo que permitía la técnica de impresión de la época.

Esa modesta publicación abrió, como en los cuentos, una puerta a otros mundos, una puerta por la que escapé, a mis once años. de la módica realidad cotidiana que me rodeaba.  En sus páginas supe de la existencia de un mineral llamado Rejalgar (un sulfuro de arsénico) pero en la misma página aparecía una foto de las rejas que hizo Gaudí para la entrada del parque Güell, en Barcelona.  En la página dedicada a "metafísica" se veía una reproducción de "Las musas inquietantes" de Giorgio de Chirico, que me hipnotizó entonces y sigue embrujándome hoy.  No estaba muy clara en el texto la relación de esa obra con la metafísica, hasta que años después supe que ese pintor calificaba sus obras como "scuola metafísica".

En la enciclopedia convivían en fascinante mescolanza los glifos de los dieciocho meses del calendario lunar maya con las pinturas surrealistas de René Magritte; o una entrada sobre Oscar Wilde que entre otras cosas decía "...su formación quedó trunca por la homosexualidad...". Lo que me costó entender eso entonces, a esa edad, y en aquellos años cuando la palabra ni se nombraba ...

Las obras de Velázquez, las cumbres del Himalaya o de los Montes Altai, el expresionismo alemán, los cuadros de Edward Munch (me impresionó especialmente "Calle Karl Johans al atardecer" con su fila de espectrales paseantes), las guerras napoleónicas o los templos de la cultura khmer, el dadaísmo, las obras del Museo del Prado o los tesoros del British Museum, todo vino a llenar de variedad, de emoción y de interés a aquel pequeño mundo de mis once años, en ese pequeño lugar donde me crié.

Con los años, las enciclopedias se fueron perdiendo y terminaron sin duda en ese olvido al que condenamos a muchos objetos.  Pero la puerta que abrieron, esa no se cerró jamás. Gracias, Monitor.