lunes, 14 de septiembre de 2015

No sé si todos los ángeles tienen alas, pero algunos sin duda tienen bigotes.

Yo me crié en una época, y en un contexto, en el que a los animales se los trataba como, bueno, ni siquiera como objetos. "Los perros no deben entrar en la casa ...", "¡Sacá al gato de la cama, qué quién sabe qué pestes puede tener!"  Y así uno seguía contagiándose cualquier porquería en la escuela, en el tren, en el subte, en el colectivo, donde los humanos desparramamos con entusiasmo y desidia todos nuestros bacilos, bacterias y virus; pero eso sí, cuidando de mantener a los animales a distancia.

Trudy me cambió en muchas cosas, y vivir con Trudy y Raúl sin duda en muchas más.  La capacidad para el afecto de Trudy, combinada con el amor infinito de Raúl por los animales me hicieron vivir 17 años en un ambiente luminoso, alegre, donde al llegar a casa los ojos profundos de gata de pronto convertían en nada todas las miserias del día, y la llegada de Raúl con Trudy esperándolo junto a la puerta era una fiesta repetida a lo largo de años y años.  El cuerpito caliente tendido junto a uno en la cama, ronroneando mientras la mano recorría su espalda eran un reaseguro de tantas cosas, de que la vida es hermosa, de que la alegría siempre está ahí.  El día que nos mudamos a la casa en la que hoy vivimos, la trajimos en un auto y la dejé libre sobre el piso del comedor; y en ese momento dije "ahora que ella está aquí, esta casa es realmente nuestro hogar...".

Uno pensó que eso iba a durar para siempre, pero la vida es así.  Un día la naturaleza marcó las últimas horas del reloj de Trudy, y ella, que en 17 años no había entrado jamás al consultorio de un veterinario, se nos fue dejándonos desolados, desconcertados, y llorando ante cada recuerdo de ella con el que nos cruzábamos - y la casa estaba llena de ellos.  De pronto la casa de grande pareció infinita, el vacío y el silencio eran insoportables.  En ese momento nos dimos cuenta de que en todo lo que habíamos hecho, planeado, realizado en 17 años (y fueron tantas cosas...) ella siempre había estado como una presencia reconfortante, y que ante cualquier problema, cualquier disgusto, bastaba con ponerla sobre las rodillas y rascarle las orejas, escuchando su ronroneo, para que de pronto todas aquello que tanto nos preocupaba se volviera insignificante. 

Dentro de lo terrible que fue todo su partida, Despedimos a Trudy como se lo merecía: se quedó dormida entre los brazos de Raúl, entre mis caricias y los besos de Olga.  La llevamos a casa, dijo adiós a ese lugar donde de todos modos su espíritu nos sigue acompañando, y la dejamos en la humilde tierra, en la casa de mi hermano, entre las plantas, la familia y las mascotas.  

Habia pasado escasamente un mes de la muerte de Trudy cuando nos pusimos a buscar otra gatita.  ¿Muy pronto? Sí, tal vez. O tal vez no.  En nuestra precipitación caímos en un lugar donde, nos dimos cuenta después, criaban animalitos en el peor de los hacinamientos, sin cuidados, sin atención.

De ahí trajimos a Lucy, que aún no había cumplido tres meses.  Desde el primer momento encontramos que es un ser de luz, todo amor, y que había sufrido horrores por el descuido y la indiferencia de la gente en cuya casa había nacido.  En sólo un mes ha colmado nuestra vida de luz y nuestra casa de alegría, y su cuerpito, tan pequeño, parece llenarlo todo.

No tardamos mucho en comprobar que el descuido y maltrato sufridos habían producido efectos irreversibles en su salud.  Hoy está luchando casi sin esperanzas, y nosotros haciendo lo que se puede, que es darle todo el amor del mundo, y algunas medicinas que le aseguren la mejor calidad de vida posible.

Terrible lo que estamos pasando, y sin embargo... de alguna manera creo que por algo, por alguna razón, hemos llegado a Lucy, a encontrarla.  Creo que una criaturita tan dulce, tan buena, con tanta capacidad para el amor no podía pasar por su breve vida sin haber recibido todo el afecto y el cuidado que merecía.  Y siento que de alguna manera Trudy nos llevó hacia ella, que nos está diciendo: "Chicos, me dieron tanto cariño durante 17 años ... este angelito no va a vivir tanto, y no puede pasar por este mundo sin haber tenido una experiencia del amor.  Por mí, por mi recuerdo, mientras esté con ustedes, denle amor, mucho amor".  Y en estos días, extrañamente, cada vez que estábamos angustiados por Lucy, en algún lugar aparecía  después de tres meses un pelo de Trudy, en lugares impensables como una frazada que había sido lavada después de su muerte, como si el pelito fuera un mensaje, un recordatorio: "Estoy con ustedes y con Lucy, chicos, esto es doloroso pero Lucy merece el amor que le están dando...".

Vienen unos días duros, pero dentro del dolor hay un amargo consuelo.  El amor está sobre todo esto, como un soplo refrescante sobre la cara ardiente de llanto...





jueves, 3 de septiembre de 2015

¿Qué dirá Dios si me siento aquí?

Hará cosa de un mes y medio nos dimos una vueltita por Londres, después de 16 años. La encontré hermosa como siempre, cara como siempre, y a diferencia de la primera vez, en esta no nos acompañó tanto el tiempo porque estuvo casi constantemente nublado (lo que es casi de rigor en esta ciudad).

Un amigo que está viviendo allá y alquila en el barrio de Whitechapel nos recomendó un hotel en esa zona.  El barrio es modesto, pero tampoco un horror.  Sin embargo, lo más impactante es que en Whitechapel uno por momentos no sabe si está en Londres, Damasco o Islamabad.  A 100 metros del hotel estaba la mezquita más grande de Londres; varias veces pasamos y vimos un ejército de devotos de la cimitarra adorando a su terrible dios, con la frente en el suelo y el culo para arriba.  En la calle nos cruzábamos todo el tiempo con mujeres - digo mujeres pero podrían haber sido marcianos también, porque no se veía nada - enfundados en sus lúgubres burkas negras, inquietantes bultos oscuros que uno no sabe si lo están mirando y de los que no puede discernir la expresión facial.

Uno, claro, no se asusta y no critica, porque para algo nos han educado en la diversidad cultural, esa ideología que dice que hacemos mal en querer imponer nuestra cultura occidental a esa gente que hace bien en venir a imponernos su cultura islámica (perdón, Luis D'Elía, no se enoje).

Cerca del hotel había algunos restaurantes árabes y marroquìes, lugares pobretones diríamos, pero donde se comía rico y muy barato. Solíamos ir a cenar allí antes de volver al hotel y tirarnos sobre la cama desmayados luego de caminar todo el día.

Una noche fuimos a cenar a uno de esos restaurantes con nuestro amigo y dos amigos de él que estaban en Londres: éramos cinco en total. El lugar era chico, angosto, con una sola fila de mesas de cada lado de un pasillo central.  En uno de los lados del pasillo había tres hombres sentados a una mesa; hablaban entre ellos en voz baja y miraban hacia los costados.  Del otro lado del pasillo estaban sentadas a una mesa tres mujeres con la cabeza cubierta con el inconfundible velo islámico.  Nos dimos cuenta de que eran las mujeres de los tres hombres que cenaban del otro lado del pasillo, porque estos las manejaban con la mirada.

Después de pedir la cena nos sentamos en el lugar que más nos gustó, que resultó estar del mismo lado del pasillo en el que estaban sentadas las mujeres, y al lado de la mesa de ellas.  No bien nos sentamos se produjo un silencio incómodo, los hombres nos echaron una mirada torva y amenazante y las mujeres se movieron inquietas en las sillas; en seguida se levantaron y se fueron a sentar del otro lado del pasillo, pero dejando una mesa de por medio con la de sus hombres.

Yo no me pongo a leer la Biblia para ver si me puedo sentar, levantar, entrar o salir de un lugar; menos pienso ponerme a leer el Corán.  Occidente ha librado una larga y dura lucha - que todavía no termina - para quitarle a los clérigos el derecho de decirnos cómo tenemos que vivir, vestir, comer y amar.  ¿Por qué tenemos que permitirle a estos fantasmas que resurgen de las sombras de una Edad Media que nosotros ya archivamos, que nos vengan a decir o insinuar con miradas amenazantes dónde podemos entrar y sentarnos, y dónde no?

Y no me vengan con el cuento de que hay que respetar las ideas de otro. Que yo respete el derecho del otro a pensar lo que quiera, no significa que tenga que respetar aquello que piensa, y mucho menos que tenga que respetar la pretensión de imponerme sus ideas y su forma de vida.

Las medias lunas me caen pesadas...

En estos días se cumpliría un aniversario - 332 años - de un hecho histórico no muy conocido.  Durante cerca de dos meses -julio y agosto de 1683 - los turcos sitiaron Viena en su enésimo intento por desparramarse por Europa.  En su avance hacia Viena, lo que ya sabemos: empalamientos, decapitaciones, violaciones masivas y otras diversiones tradicionales entre los seguidores del Profeta.  La desbandada de la población que huía aterrorizada ante su llegada, había llenado a Viena y alrededores de una masa de desesperados. 

El 11 de septiembre, el rey polaco Jan Sobieski con su valiente caballería le propinó una tremenda derrota a las tropas de Kara Mustafá en la batalla de Kahlenberg, en los alrededores de Viena. Tuvo la ayuda de tropas de varias otras naciones de Europa - excepto Francia, ocupada en su eterno hobby de mirarse el ombligo.  Tras esta debacle los enviados del sultán estrangularon a Kará Mustafá, le cortaron la cabeza y se la enviaron como regalo a su amo en una bolsa de terciopelo con preciosos bordados.
A partir de esa derrota comenzó el declive de los turcos después de casi tres siglos de intentos de conquistar Europa. No consiguieron llenar a ese continente de mezquitas con los seguidores de un dios sangriento rezando con la frente en el suelo y el culo hacia el cielo.  En vez de eso ocurrieron en Europa otras cosas: ocurrió Newton, Voltaire, el siglo de las luces, Mozart, Beethoven, la Revolución Francesa, el auge de la  ciencia... 

Bajo el gobierno del Sultán el imperio de la media luna siguió eternamente igual a si mismo, con sus mezquitas, sus minaretes, su interminable Edad Media. 

332 años más tarde Europa se encuentra otra vez convulsionada por una inundación de desesperados que escapan de los ejércitos del Profeta, de sus decapitaciones y violaciones.  Curiosamente, todo el mundo prefiere entretenerse criticando a Europa por su mal manejo de la crisis de refugiados más que criticando al ejército de decapitadores. En esta invasión, el enemigo tiene muchos amigos de este lado de la linea de combate...