Me gustara o no, el fútbol era parte del paisaje en el que crecí; los viejos sentados en la vereda con la radio Spica los domingos a la tarde, las pilas de manoseadas revistas "El Gráfico" en la peluquería, papá y mi hermano pegados al televisor mirando a unos tipos que corrían detrás de una pelota, que a mí me parecían - me siguen pareciendo - siempre los mismos haciendo las mismas cosas durante medio siglo. Todo insulso, monótono, aburrido y sin interés.
También hace más de medio siglo que se escucha, cada lunes, luego de un tiroteo en una o más canchas, con o sin muertos, la repetida afirmación de que "esto no es el fútbol", "esto desvirtúa el espíritu del fútbol". Y a lo mejor, si hace tanto tiempo que se están masacrando los fines de semana, y si jugadores y dirigentes aparecen pegoteados con la violencia, y si eso nunca se pudo cambiar, a lo mejor, digo, resulta que eso SÍ que es el espíritu del fútbol. Si no es así, ¿De qué hablan cuando dicen "el espíritu del fútbol"? ¿De los caballerosos ingleses del ferrocarril que armaban sus equipitos amateur allá por el 1890? Esa gente ya está muerta, sepultada, hecha polvo, olvidada, y odiada hasta el día de hoy por ser ingleses.
Alguna vez traté de hacer surgir en mí el interés por el fútbol, porque a pesar de todo uno vive en sociedad y hay gente, mucha gente, que no parece tener otro tema de conversación, gente a la que no se le puede decir "no avancen con el trabajo si no tienen nuestra aprobación" porque no entiende, y hay que decirle "no podés estar en offside". O gente a la que no se le puede decir "es la última oportunidad que les damos" sino "por esto te sacamos tarjeta amarilla". Pero fue inútil, fue forzar algo que no me salía si no era con una gran dedicación, y el fruto de tanto esfuerzo fue vano.
El fútbol es la barra brava que viaja en avión siguiendo a su equipo, fumando marihuana y molestando a las azafatas, arruinando los nervios de los demás pasajeros.
El fútbol es ese señor millonario que conocí personalmente, versión actualizada del traficante de esclavos, que se juntó con unos amigos para recorrer villas miseria y ver a los chicos jugando al fútbol, tratando de descubrir algún talento prometedor para ubicar a los padres y hacerle firmar un contrato leonino pensando venderlo a España o Francia, al tiempo que los concentraba en una casa quinta alquilada al efecto (para lo cual, obviamente, los chicos abandonaban la escuela) donde los hacían entrenar todo el tiempo y les daban de comer arroz con aceite.
El fútbol es ese otro señor que conocí, fanático de un equipo de primera división, que allá por los 90, cuando su club fue a jugar un amistoso a Osaka se fue hasta Japón, 24 horas de vuelo (en el mismo avión que los jugadores), se alojó en el mismo hotel, fue de ahí a la cancha a ver el partido, de la cancha al hotel, del hotel a aeropuerto (para tomar el mismo avión en el que volvía el plantel). Viajar hasta Japón para ver un partido y seguir a un equipo, sin siquiera salir un rato a caminar para conocer el lugar.
El fútbol es ese jugador de San Lorenzo que se ahorcó a los 22 años, víctima de una depresión; y el fútbol es la hinchada rival que en el partido siguiente se burló de San Lorenzo con un muñeco de trapo colgando de una soga que le rodeaba el cuello.
El fútbol es inculto, es Maradona con el cerebro quemado por la droga, es Messi que se expresa en 80 palabras.
El fútbol es machista, homofóbico (o sea homosexualidad reprimida y nunca asumida), violencia, incultura, racismo.
Las dictaduras han perseguido religiones, ideologías, culturas, pero ninguna dictadura prohibió al fútbol. Más aún, las dictaduras, del signo que fueran, han hecho del fútbol una herramienta de poder y dominación (Argentina 78...), y por eso los gobiernos populistas lo promueven y lo llenan de dinero, de nuestro dinero, del que pagamos con el IVA del paquete de polenta o el sachet de leche, para hacer más ricos a unos jugadores y dirigentes que ya son multimillonarios.
El fútbol es todo lo que está mal.