miércoles, 16 de agosto de 2023

La caja boba

En los 70 (tanto se habla y se escribe sobre esa época) las pequeñas elites intelectuales que se dejaban la barba y fumaban en pipa emitieron dictámenes feroces sobre la televisión.  Hay incluso una canción de Piero, hoy felizmente olvidada, que ridiculizaba a la televisión y a sus espectadores.

En casa había un televisor de marca desconocida, acaso ensamblado en algún taller clandestino de un aficionado a la electrónica. Diré que era blanco y negro, aclaración acaso innecesaria.  Ese infame aparato era lo mejor que nos podíamos permitir en una casa en la que las únicas entradas eran la magra jubilación de papá y los pocos pesos que podía aportar mamá con algún trabajo de costura.  Tenia este televisor la irritante costumbre de descomponerse con frecuencia bajo las variantes del vertical (pantallas que pasaban a gran velocidad, como subiendo desde el fondo de la pantalla y desapareciendo sobre el borde superior) y el horizontal, cuando la pantalla se llenaba de líneas y rayas diagonales en las que se adivinaba a veces el movimiento de las escenas.  En cuanto a reparaciones, a lo sumo podíamos contar con algún aficionado del barrio que cobraba una módica suma para dejar el televisor en funcionamiento durante unos días.  Recuerdo haber ido a estudiar a la casa de una compañera de la escuela, y descubrir que en la casa tenían nada menos que DOS televisores, de marca Ranser. Sentí que sin darme cuenta, me había colado en la casa de Rockefeller.

En 1975 murió papá y algunos meses más tarde lo siguió el televisor. Sin la jubilación de papá y con la pensión en trámite que demoró muchos meses, no se podía pensar en reparar ni reemplazarlo. Cualquier dinero disponible era para comprar comida y pagar los servicios.  Y de a poco nos fuimos acostumbrando a prescindir del televisor.

En Isidro Casanova había unos galpones de cinc de forma semi cilíndrica que pertenecían a Emaús, la entidad benéfica católica que recibe donaciones de ropa, muebles y otros enseres en desuso, que luego revende para destinar los fondos a ayudas sociales. Había pasado muchas veces ante la entrada, hasta que un día la curiosidad me llevó a entrar para ver lo que había en venta.  Entre otras cosas, me encontré libros usados que costaban apenas unas monedas, y por el precio de un pasaje de colectivo podía volver a casa con cuatro o cinco volúmenes bajo el brazo. Así, me fui apropiando de "la casa de los siete altillos" de Nathaniel Hawthorne, "Día inolvidable" de James Hilton (traducciones ambos), varios clásicos de Quevedo y Cervantes,  y diversas ediciones de Selecciones del Reader's Digest, lo que seguramente hubiera hecho enarcar las cejas de los señores de barba y pipa.  Encontré también una edición económica de "El Proceso" de Kafka, y otras obras acaso menos memorables.

Diré en descargo de "Reader's Digest" que si bien era un revista a la que se podrían criticar muchas cosas, permitía vistazos generales de una gran variedad de temas. Supe allí de la tarea de limpieza de los frescos de la Capilla Sixtina o de los templos de la ciudad de Angkor en Camboya, por ejemplo.  El caso es que esos viejos libros y revistas con olor a humedad fueron reforzando mi amor por la lectura, que nunca me abandonó, y fomentando un desapego por la televisión que también me ha sido fiel todos estos años.  Y hoy puedo pensar que ese viejo televisor, con su muerte, me introdujo en un mundo màgico que hoy todavìa me acompaña.



sábado, 17 de octubre de 2020

Las papas de la conquista

 Ahora que pasó el 12 de octubre y se calmaron todos con el tema de la Conquista, al menos por un año, salgo yo para comentar algunas cosas interesantes sobre este tema.  En realidad no precisamente sobre el proceso de conquista, aunque sí me gustaría tirar unos datos que no sé si son de conocimiento de todos.

Todo el mundo habla de "la conquista española", pero durante el período inicial (Siglo XVI) gobernaba España el emperador Carlos V, o Carlos I de España, que era también soberano de los reinos de Nápoles y Sicilia, Milán, los países Bajos (actuales Bélgica y Holanda) y varios dominios alemanes. Precisamente en estos estados el emperador, católico, libraba una sangrienta y absurda guerra de religión contra los protestantes, que eran apoyados por varios otros soberanos.  Esta guerra se llevó prácticamente todo el oro y la plata saqueados en México y Perú, que viajaban de América directamente a Flandes (Bélgica) sin pasar por España siquiera, para pagar las deudas del emperador con los banqueros que le facilitaban los fondos para proveer a sus ejércitos.

Personalmente creo que el daño que hizo España a América no es tanto por lo que se llevó, como por lo que dejó: 

La idea de que la riqueza es el oro o la plata, y no el trabajo y la producción.

Una sociedad basada en el saqueo y no en el trabajo.

La idea de que la única ocupación digna es un puesto en el Estado.

El principio de que hay una sola manera de pensar, y que se debe perseguir a los disidentes (La Inquisición), que nos ha dejado la idea de que hay un "pensamiento nacional" y que los que no se alinean con este pensamiento son cipayos, vendepatrias y muchas otras cosas horribles.

Todas estas ideas han hecho de Latinomérica una región, hasta hoy, pobre, atrasada y devastada por la ignorancia.

Pero ahora hablemos de otras cosas, que son las que realmente me interesan.

Hace no mucho, alguien comentó en un curso que estoy haciendo por zoom acerca de las plantas que los españoles (otra vez...) se habían llevado de América, llamándolos (creo que en broma) "Ladrones".  La cuestión es que el cambio más extraordinario que produjo el descubrimiento (y digo descubrimiento de América para los europeos, y no me quiero meter en más polémicas) fue precisamente el inofensivo transporte de plantas útiles, sin necesidad de batallas sangrientas, muertes ni esclavitudes.  Así que lo que me interesa es:

LAS PLANTAS AMERICANAS y su impacto mundial. 

Arrancamos ahora con un humildísimo vegetal: LA PAPA.  Se la conoce con este nombre en toda América, aunque los españoles (acá sí) se hicieron lío con la batata que conocieron en el Caribe, y llamaron a nuestro tubérculo "Patata". Pero acá la vamos a llamar PAPA.



Esta planta llego a Europa a mediados o fines del Siglo XVI, pero tardó bastante en ser aceptada. La razones son propias de la época: que no podía ser buena para comer porque no la mencionaba la Biblia, que era comida propia de salvajes, que como crecía bajola tierra podía producir lepra. Otros argumentos, más comprensibles, se basaban en que la planta era casi igual a ciertas especies europeas (que además estaban, es cierto, estrechamente emparentadas) muy venenosas.

La papa fue ganando lentamente aceptación, si bien varios monarcas tuvieron que intervenir para promover su cultivo; pero cuando fue finalmente aceptada, su impacto fue explosivo.  Las razones son varias:

- La cantidad de alimento que se puede obtener de una superficie de terreno cultivada con papa, supera por mucho a la que se puede obtener con cualquier otro cultivo.

- Como la papa provenía de la zonas frías y montañosas de los Andes, se adaptaba a zonas de Europa (Inglaterra, Suecia, Rusia, norte de Alemania, etc) que no eran tan amigables para los cultivos de cereales tradicionales.  Esto se debía a que, con frecuencia, podían darse cuatro o cinco días lluviosos e pleno verano, justo cuando cereales como el trigo estaban listos para cosechar, echando a perder el grano. Esto no era un problema con la papa.

- La comida tradicional en casi toda Europa era el pan; esto exigía la molienda del trigo, la preparación del pan y su cocción en horno, lo que insumía mucha leña, un artículo costoso y difícil de conseguir en una Europa que había hecho desaparecer la mayor parte de sus bosques.  Las papas, por el contrario, se cocinaban rápidamente en una olla, con poco consumo de leña, o bien directamente entre las brasas, en el hogar.  Se convirtió además en un complemento apreciable y muy nutritivo en las sopas, que eran el segundo plato más tradicional en muchos lugares (Francia, por ejemplo).

Así fue entonces que la difusión de la papa terminó para siempre con las hambrunas periódicas que solían asolar a Europa, convirtiendo a este humilde tubérculo en un producto esencial, que figura e la cocina de prácticamente todos los países.

Y, paradojas de la historia: el valor de la cosecha total de papas en todo el mundo, en un año cualquiera, supera varias veces el valor de todo el oro y la plata saqueados en América.  Porque la riqueza está en la producción, en el trabajo, aunque acá sigamos creyendo otra cosa. 


miércoles, 6 de mayo de 2020

Varado pero no derrotado. Papá no me lo hubiera permitido

A estar por lo que me contaba mamá, al poco tiempo de haberse casado, papá cayó con una neumonía ("pulmonía, le decían entonces") que casi se lo lleva pero que lo dejó de este lado, aunque con un pulmón que ya no volvería a cumplir sus funciones.  .

Yo nací cuando papá tenía ya cuarenta y siete años; se jubiló a los cincuenta, para no seguir sometiéndose al riesgo de viajar hasta el trabajo en pleno invierno. Desde entonces, y por varios años, cada vez que llegaba el otoño papá se recluía en una especie de cuarentena de seis meses, hasta que los días templados de octubre lo habilitaban para poder salir al patio a tomar mate. Pero uno no hace lo que quiere sino lo que puede ...

Siempre conocí a papá jubilado. Mala noticia para los que creen el mito de que hace, digamos, medio siglo, los jubilados vivían en una especie de jauja: al contrario, siempre estuvieron en el piso.  Así, después de haberse jubilado para poder cuidar su salud en invierno, papá tuvo que salir a buscar changas para arrimar un peso más. Varios años fue sereno en una fábrica, en turnos rotativos, y tenía que salir a trabajar a la madrugada, con unas heladas que rompían los dedos, o con lluvia y viento.  Mamá, por su parte, además de atender la casa hacía trabajo de modista.  Alguna vez me despertaba a las dos de la mañana, la luz del comedor seguía encendida y mamá le daba a la aguja o a la máquina de coser, con un vestido de novia o de primera comunión.

En aquellos tiempos comprábamos rigurosamente con libreta en el almacén, la carnicería o verdulería. Mirábamos de reojo a los que pagaban al contado, sacando unos billetes del monedero o la billetera, como si fueran verdaderos potentados.

Hubo varios meses en un año (¿1966?) durante los cuales los jubilados directamente no cobraron su jubilación.  Tengo grabada de manera imborrable la imagen de mamá con su costura, a las siete de la tarde, en la radio el noticiero de Radio Mitre, que se anunciaba con una marcha que todavía me parece estar escuchando , esperando ansiosamente el anuncio de que ese mes, sí, los jubilados cobrarían. Yo hacía los deberes o dibujaba sobre la mesa donde trabajaba mamá - no había que hacer ruido, papá estaba durmiendo porque ese día le tocaba como sereno el turno de la noche.

No voy a seguir desgranando historias tristes, pero a medida que pasaban los años y la salud de papá estaba cada vez peor, ensayábamos recursos para tratar de sobrellevar las penurias económicas.  Papá compró una máquina para hacer bolsitas de polietileno que yo vendía en panaderías, verdulerías o carnicerías de la zona.

Mi tránsito por el secundario fue difícil, y repetí cuarto año - en el año en el que la salud de papá se desbarrancaba definitivamente.  Pero durante mi secundario papá no se rindió, trabajaba en un taller donde se helaba en invierno, todo para arrimar un peso y que yo no tuviera que dejara escuela.  Una tía, muy bondadosa ella, le dijo un día: "Bueno, Esteban, usted tiene que que quedarse en casa y cuidarse. Y que Dani vaya a trabajar, estudiar no es para todos, es para los que los padres lo pueden sostener".  Pero papá no cedió porque confiaba en mí y creía en mi capacidad. El 23 de julio de 1975 cumplí 18 años, entrando en la vida adulta. Al día siguiente murió papá.

Paso por alto los seis meses que siguieron a la muerte de papá, hasta que a mamá le llegó su pensión. Sobrevivimos gracias a la ayuda de amigos, familiares y parientes.

Pasaron los años, pasaron los trabajos, hasta que un día, a los 33 años, resolví saldar una cuenta que yo sentía que tenía pendiente conmigo, pero también con papá: ir a la universidad. Elegí una carrera que me pareciera interesante y que a la vez me permitiera mejorar mi situación, una carrera remunerada y con buenas perspectiva; ya bastante pobreza había tenido, y nunca creí en los predicadores de las bondades de ser pobre. Trabajar y estudiar no era sencillo, pero cada vez que desesperaba porque no sabía de donde sacar tiempo para estudiar, o cuando una medianoche  lluviosa de julio tiritaba en la parada de colectivo, en un descampado de la ruta 3, esperando volver a casa, la imagen de papá pasando frío en el taller para que yo pudiera estudiar se me me presentaba de golpe y me daba fuerza.  Y cuando en los últimos años de la carrera la cosa se puso otra vez difícil económicamente, mamá amasaba sus inolvidables pastelitos que yo llevaba puntualmente los fines de semana a algunos vecinos que tampoco olvidaré por la mano que nos dieron: Isabel y sus hermanas, Salvador y otra buena gente de González Catán.

Y empecé a trabajar en la profesión, buenos trabajos, y en 1995 experimenté una especie de revelación: un mes me depositaron el sueldo, y en mi cuenta HABÍA QUEDADO PLATA DEL MES ANTERIOR.  Primera vez en treinta y ocho años.

Y pasaron los años, conocí a Raúl, ser maravilloso que es lo mejor que me ha pasado la vida, alguien que también se levantó de la pobreza con estudio y esfuerzo. Y llegaron los viajes, la casa, los gustos, los amigos y el disfrute de la vida.

Y bueno, aquí estoy ahora. Para muchos, un oligarca-gorila merecidamente varado en Miami. Para mis amigos, mi familia y la gente que me quiere: Dany, nomás.




lunes, 10 de febrero de 2020

El laberinto de los libros

Allá por principios de los 80 hice un descubrimiento sensacional. En Isidro Casanova había unos galpones de la fundación caritativa Emaús, donde vendían muebles y otros objetos usados que recibían como donación, incluyendo libros, lo que me permitía saciar mi gusto por la lectura gastando muy poco.

Uno de los libros que encontré, y que aún recuerdo, se llamaba "Día Inolvidable" y era una novela traducida del inglés, cuyo autor era James Hilton, el autor de otra famosa novela "Goodbye Mr Chips" traducida como "Adiós Mr Chips", que había sido llevada al cine con gran éxito. De hecho, la portada de la novela así lo detallaba, debajo del dibujo que representaba una pequeña ciudad, que es donde transcurre la acción en la década de 1920.

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Me gustó la novela, que anda dando vueltas por Mercado Libre, pero siempre quise leerla en el lenguaje original, hasta que hace poco la encontré y compré - el título en inglés es "So well remembered".

Pasé a retirarla por el local del vendedor, (Henschel) un primer piso en la calle Reconquista casi Lavalle.  Entrar a ese lugar es un poco como entrar a la Biblioteca de Babel de Borges; el olor de libros viejos, la apabullante presencia de miles de obras que encierran historias, poesías, fantasías, pasiones, información ...

Cuando tuve el libro entre mis manos lo abrí y, en la segunda contratapa encontré una dedicatoria:


Escrita indudablemente con pluma y tinta ... ¿Quién sería Bila? ¿Quién habrá sido Andy? Unas letras trazadas hace sesenta y siete años como una huella fantasmal y misteriosa.

En la cara interior de la tapa encontré una etiqueta adhesiva:


Librería Pigmalion, Corrientes 515.  Recordé entonces que hace ya muchos años, calculo que en 1974 o 1975, estaba buscando un texto de inglés: A Practical English Grammar de Thomson y Marthinet, y que pensaba comprar en Mackern's de la calle Sarmiento, pero al pasar, sin saber, frente a Pigmalion se me ocurrió entrar a preguntar y sí, el libro estaba. Me llevé entonces mi texto de gramática con la estampilla correspondiente. Pasaron los años y en alguna ocasión vi el local ya vacío, lo que me produjo una gran tristeza. Mackern's cerró también, no sé si antes o después que Pigmalion.

Y sólo por curiosidad se me ocurrió buscar en Google "Pigmalion Corrientes 515" y entre otras cosas descubrí que era una de las librerías que frecuentaba Borges, y en la que trabajó como empleado Alberto Manguel, escritor, traductor y editor argentino-canadiense que fue director de la Biblioteca Nacional. Quién sabe si no fue él quien me entregó "A Practical English Grammar" hace cuarenta y cinco años ... 



viernes, 20 de septiembre de 2019

Los elefantes del Amazonas

Hasta hace unas semanas todo el mundo estaba muy comprometido con el drama del Amazonas, al menos en Facebook, que es donde todo el mundo se compromete hoy en día.  Estos desastres siempre nos regalan una oportunidad para mostrarnos sensibles hasta que aparezca la próxima noticia catastrófica.

En medio de la conmoción, todos le disparaban con munición gruesa a Bolsonaro que, nobleza obliga, hizo méritos de sobra.  Aunque decir que le pegaban todos es una simplificación, le daba en general la gente de la izquierda y progresistas. Cuando un monstruo de derecha exhumó la noticia de que Evo Morales había autorizado desmontes y quemas en la Amazonia boliviana, los que le pegaban a Bolsonaro se calmaron y pasaron rápidamente a otro tema mientras el fuego seguía.  Y pasó lo que siempre pasa cuando meten la política a enturbiar un problema: nada.

En esos días, una amiga de Facebook compartió un post de una amiga que pedía rezar por los animales que se habían quemado en el incendio.  Tengo mis dudas acerca de cuánto le podrán servir a los animales muertos las oraciones de los devotos de Facebook. El post estaba acompañado por un dibujo que mostraba, fíjense bien, un elefante, un rinoceronte, un oso panda y hasta UN OSO POLAR (¡Un oso polar en el Amazonas!). Está claro que la persona que publicó esto no tiene mucha idea no sólo acerca de la fauna de la región amazónica sino, probablemente, acerca de si el Amazonas está en África o América.

Y hablando de ignorancia: hay una ecorregión de la que nadie habla, vaya uno a saber por qué: La Selva Atlántica ("Mata atlántica" la llaman en Brasil), una maravilla de increíble diversidad que se extiende (o se extendía) por el sud-sudeste de Brasil, lo que hoy es la provincia de Misiones, en Argentina, y el este de Paraguay.

Mapa de Misiones

Este foto satelital muestra de manera dramática como la provincia argentina de Misiones aparece en color verde oscuro por la supervivencia de la selva, mientras que las regiones de Brasil y Paraguay al otro lado de la frontera aparecen como arrasadas - salvo la cuña verde del Parque Nacional Iguaçú, en Brasil.  La destrucción de la selva atlántica es un proceso de décadas, y la mayor parte de la gente no lo sabe, y sobre todo la mayor parte de los argentinos no sabe que en la provincia de Misiones, una de las más pequeñas de la Argentina, se conserva lo mejor de este tesoro natural.

Este proceso no es responsabilidad de un solo gobierno, de un solo país, sino que atraviesa décadas y generaciones. Sin embargo ... seguiremos.


lunes, 17 de diciembre de 2018

El trencito del recuerdo

El sábado caminaba por la avenida San Juan haciendo algunas diligencias, y al pasar por la vidriera de un negocio que vende antigüedades me detuve un rato a mirar, como hago siempre.  Las antigüedades que venden en ese local no son muebles, cuadros, arañas, sino más bien objetos cotidianos como viejos sifones, botellas de gaseosas ("Pomona", "Bidú") y especialmente juguetes, muñecas, autitos, mecanos y cosas así.  Justo en la vidriera, apoyada contra el vidrio, una caja con un tren de juguete a pilas, exactamente igual a uno que yo había tenido cuando era chico.  Dejando de lado el significado profundo (y deprimente) de que los juguetes que uno usó en la infancia aparezcan en la vidriera de un anticuario, había ahí una historia, una vida. Así que me subiré a ese tren del recuerdo y escribiré algo sobre papá.

Yo tendría ..¿Ocho años? ¿Nueve?, tal vez estaríamos cerca de las fiestas de fin de año, y papá, con esa inyección de optimismo que da el aguinaldo, vio ese juguete en la vidriera y me lo compró.  Así contado parece trivial, pero ese regalo, junto con el juego "Mis Ladrillos", fueron los dos únicos juguetes que me dio papá, porque en casa los juguetes, y casi todo lo demás, era un lujo inalcanzable.

Cuando yo nací papá tenía cuarenta y siete años; era grande y ya arrastraba serios problemas de salud que lo hacían parecer todavía mayor.  Desde mis once años en adelante, todos los años, al llegar abril, era empezar a ver a papá en cama recibiendo inyecciones, y visitas de médicos, o en el mejor de los casos sentado junto a la estufa (un calentador Bram Metal a kerosene) por el miedo de que salir al aire libre le produjera alguna enfermedad respiratoria que afectara el único pulmón que tenía aún en condiciones de funcionar.  Recién al llegar noviembre se sentía confiado como para salir a la calle, incluso algún día se acercaba a la escuela a buscarme a la salida.  Cuando yo no sabía que me iría a buscar, al salir de clases empezaba a caminar hacia mi casa, hasta que mis compañeros me avisaban "Iriarte, esperá que ahí está tu abuelo", yo corregía "Es mi papá" y me miraban con expresión incrédula.

Papá se jubiló a los cincuenta años, así que siempre lo conocí jubilado.  Alguna gente parece creer que hubo una edad dorada en la que los jubilados vivían como reyes,  pero en todo caso habrá sido antes de que yo naciera, porque allá por el sesenta y seis  o  sesenta y ocho, en casa éramos pobres como lauchas, y me parece que hasta las lauchas nos tenían un poco de lástima.  Mamá arrimaba algunos pesos con trabajos de costura, vestidos de primera comunión o casamiento y cosas así.  Me despertaba a veces a las tres de la mañana, veía la luz prendida en el comedor y escuchaba el ruido del pedaleo de la vieja Singer.  Pero incluso con esto no alcanzaba, y papá consiguió una changa como sereno en una fábrica. A saber qué efecto pudo tener en su salud ese trabajo con turnos rotativos, noches heladas en mitad del invierno.  La semana en la que a papá le tocaba trabajar de noche, dormía desde después del mediodía, y yo tenía prohibido jugar para no hacer ruido; hasta mamá pedaleaba con cuidado la máquina de coser, y ponía la radio, bien bajita, para escuchar el noticiero de las 7 ("tres minutos de noticias...") por si anunciaban que ese mes, sí, los jubilados iban a cobrar. Porque hubo un par de años en los que los jubilados pasaban varios meses sin percibir sus haberes, por increíble que parezca.  Terminaba el noticiero sin noticias alentadoras, subrayado por la puteada de mamá.  La memoria de esos atardeceres silenciosos, mamá cosiendo bajo la luz de una lamparita y la música que abría el noticiero se mantienen imborrables, y así seguirán.

En una ocasión, los gerentes de la fábrica propusieron hacer una reunión para el día del niño; habría sandwiches, masas y otras cosas; los padres traerían el regalo que habían comprado para sus hijos y se lo entregarían durante la fiesta. Cuando llegó mi turno, mi regalo era un camioncito verde.  Me pareció un poco raro, porque papá sabía que a mí no me gustaban los autitos (hubiera preferido una caja de lápices de colores).  Con los años supe que papá había decidido que no fuéramos a esa fiesta porque en ese momento no tenía con qué comprarme un regalo; entonces las secretarias y otras empleadas le dijeron que fuéramos igual; ellas juntaron unos pesos y de ahí salió mi camioncito verde.  No sé quiénes fueron esas buenas chicas, pero siempre las recuerdo igual.  Pensemos entonces el arrojo que habrá representado para papá el famoso trencito.

Papá tenía una ilimitada confianza en mi capacidad. Como en aquel entonces no se estilaba que los padres pidieran opiniones a los hijos, una vez sentenció: "Vas a estudiar inglés", y allí fui a lo de la vecina Coca.  Los milagros que habrán hecho papá y mamá para pagar la muy modesta cuota y el derecho de examen anual del Instituto Cambridge todavía me intrigan.

Cuando yo cursaba el secundario, papá buscó otro rebusque; compró una máquina para hacer bolsitas de polietileno que yo llevaba para vender en carnicerías, verdulerías y otros negocios. Comprábamos los rollos de polietileno en una fábrica en Pompeya.  Pero como con eso tampoco alcanzaba, yo me ocupé de hacer las bolsas y el se consiguió un trabajo; era en un taller en Mataderos, un galpón enorme, helado y ventoso en invierno, donde manejaba una máquina que moldeaba culotes para los faros de autos.  Alguna tía caritativa, a la que Dios tenga en la gloria y bien guardada, le dijo alguna vez a mamá "Esteban tiene que cuidarse, no puede ser que esté trabajando con lo mal que está de salud. Que trabaje Dany, estudiar no es para todos, es para los que los padres los pueden mantener".  Papá no cedió y gastó la poca salud que le quedaba.  Pero incluso para mí era difícil la situación,  con papá enfermo, y mis propios problemas de identidad sexual (que uno ni siquiera pensaba en llamar por ese nombre) que eran como correr una maratón con una roca sobre los hombros.   Así, para empeorar las cosas, repetí un año en la escuela, para perplejidad de papá, mamá y mis profesores.  Papá se enfureció, pero siguió apostando por mí.

El veintitrés de julio del setenta y cinco cumplí dieciocho años, y al día siguiente murió papá. Entré en la vida adulta sepultando a mi padre.  Si pensamos que la única entrada fija que había en casa era la jubilación de papá, es fácil entender lo feas que se pusieron las cosas.  La pensión de mamá tardó casi un año en salir, y hasta el día de hoy no sé cómo o con qué vivíamos.  Desde que yo recordaba, siempre habíamos comprado con libreta en el almacén, la carnicería y la verdulería, y creo que en esos tiempos, si hubo un plato de comida en la mesa se lo debíamos a la paciencia de Ana y Martín, los dueños de la carnicería, almacén y verduleria.

Terminé el secundario en el 76, el pobre papá ni siquiera llegó a ver eso.  Casi diecisiete años más tarde decidí empezar la Universidad.  Elegí la carrera de sistemas porque sabía que me permitiría trabajar de eso y ganar una aceptable remuneración; ya había tenido bastante pobreza en mi vida, y tal vez por haberla conocido cara a cara, durante tantos años, nunca tuve esa imagen romántica del pobre que tienen tantos chicos idealistas de clase media en cuya casa nunca faltó nada.  Siempre tuve confianza en mis posibilidades (creo que eso me venía de papá), y cuando terminaba el día a la medianoche, después de haberme levantado a las 6 para ir a trabajar a Avellaneda, viajando luego hasta Morón para cursar a la noche, con el fin de semana (único tiempo libre que me quedaba) dedicado íntegramente a estudiar, la imagen de papá enfermo pero trabajando en un taller helado para que yo pudiera seguir estudiando me despertaba como un latigazo.  Y esa imagen de papá se me apareció siempre que logré cumplir un sueño: un viaje, la casa propia ....

Y así, nos alejamos ahora por la vía del recuerdo, en ese trencito que me trajo el recuerdo de papá, con el humo de la locomotora que se va diluyendo, mientras lo miramos con la vista empañada por una lágrima ...

Hasta cualquier momento, vasco Iriarte. Habrá más.










 

viernes, 22 de junio de 2018

El fútbol es todo lo que está mal

Yo tendría seis o siete años, y ya me daba cuenta de que nunca iba a hacer buenas migas con el fútbol.  Pasaba caminando cerca de donde estaban jugando los chicos del barrio, que al verme pasar me gritaban "maricón" y me tiraban una piedra o un pedazo de madera para reírse al verme salir corriendo asustado, y que a veces incluso me seguían entre gritos burlones, para alargar un poco más la diversión. Esa fue mi primera imagen del fútbol, y es más o menos la que conservo hoy en día, con agravantes.

Me gustara o no, el fútbol era parte del paisaje en el que crecí; los viejos sentados en la vereda con la radio Spica los domingos a la tarde, las pilas de manoseadas revistas "El Gráfico" en la peluquería, papá y mi hermano pegados al televisor mirando a unos tipos que corrían detrás de una pelota, que a mí me parecían - me siguen pareciendo - siempre los mismos haciendo las mismas cosas durante medio siglo.  Todo insulso, monótono, aburrido y sin interés.

También hace más de medio siglo que se escucha, cada lunes, luego de un tiroteo en una o más canchas, con o sin muertos, la repetida afirmación de que "esto no es el fútbol", "esto desvirtúa el espíritu del fútbol". Y a lo mejor, si hace tanto tiempo que se están masacrando los fines de semana, y si jugadores y dirigentes aparecen pegoteados con la violencia, y si eso nunca se pudo cambiar, a lo mejor, digo, resulta que eso SÍ que es el espíritu del fútbol. Si no es así, ¿De qué hablan cuando dicen "el espíritu del fútbol"? ¿De los caballerosos ingleses del ferrocarril que armaban sus equipitos amateur allá por el 1890? Esa gente ya está muerta, sepultada, hecha polvo, olvidada, y odiada hasta el día de hoy por ser ingleses.

Alguna vez traté de hacer surgir en mí el interés por el fútbol, porque a pesar de todo uno vive en sociedad y hay gente, mucha gente, que no parece tener otro tema de conversación, gente a la que no se le puede decir "no avancen con el trabajo si no tienen nuestra aprobación" porque no entiende, y hay que decirle "no podés estar en offside".  O gente a la que no se le puede decir "es la última oportunidad que les damos" sino  "por esto te sacamos tarjeta amarilla".  Pero fue inútil, fue forzar algo que no me salía si no era con una gran dedicación, y el fruto de tanto esfuerzo fue vano.

El fútbol es la barra brava subiendo a un tren o a un colectivo y amedrentando a los pasajeros. 

El fútbol es la barra brava que viaja en avión siguiendo a su equipo, fumando marihuana y molestando a las azafatas, arruinando los nervios de los demás pasajeros.

El fútbol es ese señor millonario que conocí personalmente, versión actualizada del traficante de esclavos, que se juntó con unos amigos para recorrer villas miseria y ver a los chicos jugando al fútbol, tratando de descubrir algún talento prometedor para ubicar a los padres y hacerle firmar un contrato leonino pensando venderlo a España o Francia, al tiempo que los concentraba en una casa quinta alquilada al efecto (para lo cual, obviamente, los chicos abandonaban la escuela) donde los hacían entrenar todo el tiempo y les daban de comer arroz con aceite.

El fútbol es ese otro señor que conocí, fanático de un equipo de primera división, que allá por los 90, cuando su club fue a jugar un amistoso a Osaka se fue hasta Japón, 24 horas de vuelo (en el mismo avión que los jugadores), se alojó en el mismo hotel, fue de ahí a la cancha a ver el partido, de la cancha al hotel, del hotel a aeropuerto (para tomar el mismo avión en el que volvía el plantel). Viajar hasta Japón para ver un partido y seguir a un equipo, sin siquiera salir un rato a caminar para conocer el lugar.

El fútbol es ese jugador de San Lorenzo que se ahorcó a los 22 años, víctima de una depresión; y el fútbol es la hinchada rival que en el partido siguiente se burló de San Lorenzo con un muñeco de trapo colgando de una soga que le rodeaba el cuello.

El fútbol es inculto, es Maradona con el cerebro quemado por la droga, es Messi que se expresa en 80 palabras.

El fútbol es machista, homofóbico (o sea homosexualidad reprimida y nunca asumida), violencia, incultura, racismo.

Las dictaduras han perseguido religiones, ideologías, culturas, pero ninguna dictadura prohibió al fútbol.  Más aún, las dictaduras, del signo que fueran, han hecho del fútbol una herramienta de poder y dominación (Argentina 78...), y por eso los gobiernos populistas lo promueven y lo llenan de dinero, de nuestro dinero, del que pagamos con el IVA del paquete de polenta o el sachet de leche, para hacer más ricos a unos jugadores y dirigentes que ya son multimillonarios.

El fútbol es todo lo que está mal.