lunes, 5 de marzo de 2018

El incorregible que se corrigió

"Los peronistas no son ni buenos ni malos; son incorregibles"
Jorge Luis Borges


Crecí sabiendo una sola cosa sobre Borges: era gorila y oligarca.  Y era todo lo que había que saber sobre el tema. Para el peronista promedio, el General era una persona culta e inteligente, y sus discursos llenos de palabras difíciles (y desconocidas) como "cipayos vernáculos" o "imberbes" expresaban su intelecto superior.


En la adolescencia, algunos profesores de lengua ("Castellano" se llamaba entonces) o de Literatura, vanamente intentaron ensalzar al escritor ciego ante una audiencia proveniente en su mayoría de hogares tanto o más fanáticamente peronistas que el mío. Cierta vez la docente leyó ante la clase "Hombre de la esquina rosada"; nos sentimos culpables porque nos agradara una pieza escrita por un escritor gorila.


Con los años fui leyendo algunas partes de su obra, como "Ficciones", de manera aislada.  Cursando  Estadística en la Universidad, la profesora a cargo mencionó como ejemplo de cálculo combinatorio y de probabilidades el relato "La biblioteca de Babel", que releí con renovado placer desde esta nueva perspectiva.


Tiempo después compré una edición en entregas de las obras completas de Borges, que comencé a navegar con felicidad.  No elogiaré sus méritos, pues grandes escritores lo hicieron; sólo hablaré del placer que su lectura me ha otorgado.  Cada uno tiene su obra favorita de Borges; Funes el memorioso, El Inmortal, la Casa de Asterión, las Alarmas del doctor Américo Castro están entre las mías.


Mario Bunge ha escrito que "(...) La obra de Borges admira pero no conmueve. Fue escrita con la corteza celebral, sin participación del sistema límbico. Es fría y distante como una escultura moderna". No diré nada de la frialdad del mismo Bunge; prefiero explorar la afirmación de que la obra de Borges no conmueve.


Reflexionando sobre la modesta gloria que le cabe a Francisco de Quevedo en la historia de la literatura universal, Borges aventura que la explicación se encontraría "en el hecho de que sus duras páginas no fomentan, ni siquiera toleran, el menor desahogo sentimental".  El sentimentalismo es banal; cualquiera puede conmover con el relato de una madre cuyo hijo ha sido asesinado, o con la historia de un amor no correspondido que dura toda una vida; y aunque Lorca y García Márquez lo han hecho con gran felicidad, sólo Borges es capaz de impresionarnos con la angustia del hombre que sabe que vivirá eternamente y tiene por delante una sucesión infinita de días; o hacernos sospechar el sufrimiento del Minotauro, monstruo encerrado en su laberinto, aislado y solo esperando el día en que la espada de Teseo lo libere para siempre.


La emoción de encontrar  ¡en diez páginas! la descripción de un mundo imaginado con su historia, sus montañas y ciudades; o la que producen las ácidas y elegantes ironías respecto de obras literarias o películas, no son de orden sentimental, pero son las que otorgan ese placer único a la lectura.




Las opiniones de escritores del país o el exterior son mayoritariamente, aunque no unánimemente, favorables a la obra de Borges. Nadine Gordimer, en su discurso de aceptación del Nobel de Literatura (jamás concedido a Borges), lo cita al menos cinco veces con gran respeto o admiración. 

Críticas punzantes de la obra de Borges, a la que llama "chistes intelectuales" (Intellectual jokes), ha disparado Vidia Naipaul, premio Nobel 2001, que estuvo algunos días en Argentina allá por 1974. Durante su visita frecuentó los prostíbulos de la Recoleta e hizo un viaje en autobús hasta La Rioja, después de lo cual escribió un libro sobre la Argentina en el que afirma que las mujeres argentinas saben que su único futuro es trabajar en la prostitución, y lo aceptan así. No sé si exploró la obra de Borges con la misma superficialidad con la que estudió a la sociedad argentina.


Pasaré por alto las opiniones de los que juzgan la obra literaria de Borges a partir de sus posturas políticas. No me ocuparé de la negativa histórica de la Academia Sueca por otorgarle el premio Nobel, un premio que la misma academia, en su incansable búsqueda de la corrección política, ha rebajado hasta la irrelevancia. Dije, y cumplo, que sólo contaría el placer que me produce su lectura.


Tal vez sea cierto que los peronistas son incorregibles. Yo ya no soy peronista, así que tal vez sea corregible aún.