En mi primer post hablé de cómo la presencia de la Iglesia Católica en mi vida comienza ya en la infancia. Retomo desde ese punto.
Dejo de lado por ahora mi paso por la escuela Santo Tomás de Aquino de los hermanos de La Salle, en el último año de mi escuela primaria. Tal vez algún día escriba algo, pero no es una experiencia que aporte demasiado a mi línea principal de argumentos.
Hacia el final de la adolescencia, continué mi secundaria a partir de cuarto año, por motivos que no vienen al caso, en una escuela de Aldo Bonzi. Allí, una compañera me preguntó si me interesaba participar de la Acción Católica en la parroquia del lugar, lo que acepté.
Voy a hacer una aclaración que considero importante: generalmente la gente escucha decir "la Acción Católica" y piensa en esos grupos de jóvenes que se reúnen en la Parroquia y tocan la guitarra y cantan en misa. Pero en realidad se trata de una institución muy estructurada, que fue creada allá por la década del 30 por el papa Pío XI con el fin de aumentar la presencia de la Iglesia en la sociedad a través de los laicos. El papa y los obispos tenían un fuerte compromiso y apoyo hacia la Acción Católica, a la que dotaron de una estructura piramidal (como es propio de la Iglesia..) a nivel parroquial, diocesano y nacional.
En el momento en el que yo llegué la institución ésta había perdido bastante de su carácter de superestrella y niña mimada del clero, pero conservaba una fuerte presencia, organización e influencia.
Actué en esa institución cerca de 18 años, y pasé por los niveles parroquial, diocesano y nacional. Conocí sacerdotes de todas partes de la Argentina, y varios obispos y arzobispos; me empapé del estilo clerical de hacer política, hipócrita, frío, discreto y artero.
Cuando llegué a la Acción Católica, la Iglesia en Argentina hervía aún con la división, posterior al Concilio Vaticano II, entre Católicos (clérigos y laicos) "conservadores" y "progresistas". Visto a la distancia, me parece que la única diferencia apreciable era que a los conservadores no les gustaban las misas con guitarra y a los progresistas sí, pero en ese momento los más conservadores creíamos (sí, yo era del grupo) que estábamos defendiendo a la Iglesia de una infiltración marxista destinada a destruirla.
Dentro de la Acción Católica se reflejaba también esa tensión entre "conservadores" y "progresistas". Algunas diócesis (Paraná, San Rafael, San Juan, San Luis, al menos en cierta época) eran marcadamente conservadoras, hasta el punto de lindar con una especie de fascismo militante. Había un grupo influyente de dirigentes o ex dirigentes que fogoneaban el espíritu o lo que llamaban mística de esta línea nacionalista y conservadora por medio de charlas, salidas, campamentos y cosas así. Alguno de esos oradores llevaba un apellido bastante célebre, Abal Medina, y sus hermanos habían sido de los primeros creadores de la organización Montoneros. De hecho, muchos de los primeros montoneros habían pasado también por la Acción Católica. Esto puede parecer sorprendente, pero si se lo mira bien, resulta bastante lógico. Hay una misma visión totalitaria de la vida, la convicción de ser dueños de una verdad que no admite el disenso ni matices, el apego a formas autoritarias, la convicción de la propia superioridad moral (y hasta intelectual). Y sobre todo el idealismo, eso que nos hacía creer con absoluta certeza que estábamos trabajando por cambiar el mundo, e "instaurar todo en Cristo" según el documento del Concilio Vaticano II referido al apostolado de los laicos. Teníamos la más absoluta convicción de que el mundo que queríamos hacer sería una maravilla, y que nuestra convicción era la prueba absoluta de que era así, y que por lo tanto cualquier medio que usáramos era legítimo, siempre que se mantuviera dentro de las limitaciones que ponía la moral católica, o que pareciera mantenerse.
Apenas ingresado en esta institución. en la parroquia de Aldo Bonzi, el párroco me prestó un libro para mi formación: "La Religión Demostrada", de un tal Padre Hillaire, que contenía una prolija y completa exposición de las creencias católicas supuestamente demostradas (en realidad, digamos que explicadas) a través de razonamientos (y algún sofisma también). Este libro fue escrito en Francia, en la época en la que la Iglesia Católica intentaba, sin mucho éxito, remontar la caída que había experimentado luego de la Revolución Francesa. Resultaba convincente, especialmente para mentes jóvenes y con pocas herramientas intelectuales. Traigo a colación este libro, porque a lo largo de todo él aparecía muchas veces una condena furiosa del "liberalismo", responsable de que la Iglesia Católica perdiera en la sociedad su situación de privilegio material y moral. Siempre me resultó llamativo que el liberalismo sea condenado por igual por los católicos más conservadores, nacionalistas, neonazis, y también por "progresistas" y "la izquierda".
Dada mi insaciable curiosidad y gusto por la lectura podía considerarme un católico instruido en las creencias (yo las llamaba "las verdades") de la Iglesia, su historia, su organización, su liturgia; conocía el tratamiento que se le da a un cardenal ("Su eminencia"), a un obispo ("Su excelencia"), a un prelado que no es obispo ("Su ilustrísima") a un sacerdote de una orden religiosa como los jesuitas o los franciscanos ("Reverendo Padre") o a un sacerdote del clero secular, es decir no perteneciente a ninguna orden religiosa ("Presbítero"). Conocía el sentido de la liturgia, en qué momentos de la misa el celebrante hacía tal cosa si era un obispo, en qué orden ingresaba una procesión de celebrantes al comienzo de la Misa, el sentido de los colores de los ornamentos que usaba el sacerdote según la época del año y mil cosas más.
Tengo multitud de jugosas anécdotas, pero eso es materia de otro post.
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